- "Lo común a los dos es el fundamental rasgo religioso de nuestra naturaleza, el cual quizás ha hecho su irrupción en nosotros con tanta fuerza porque somos incrédulos en el sentido más extremo". (Lou Salomé)
- "Sin duda así ama un amigo al amigo, como yo te amo, ¡vida de enigmas! [...]. ¡Ser durante milenios! ¡Pensar! ¡Estréchame en tus brazos! No puedes regalarme ninguna dicha más. ¡Pues bien, todavía tienes tu pena! (Lou Salomé)
- "Esta seca, sucia y maloliente mona, con sus falsos pechos. ¡Una fatalidad!" (F. Nietzsche)
Con la misma rapidez que seis años antes a Mathilde Trampedach, pocos días después hace ya a Lou la primera proposición de matrimonio. La historia es muy complicada, pues el utiliza a su amigo Rée como casamentero, a un Rée que abriga sus propias ambiciones. Lou rechaza, alegando motivos económicos; pero tanto más apasionadamente acoge el plan de formar a tres una especie de grupo de trabajo y estudio, de compartir una vivienda, quizás en Viena o en París [...]. Rechazada la proposición de matrimonio, también Nietzsche se adhirió con gusto a este plan, al que se aferrará durante todo el año.
En el viaje de regreso a Alemania se encontraron a principios de mayo en el lago de Orta, al norte de Italia; finalmente Nietzsche tuvo ocasión de pasearse a solas con Lou. El camino conducía hacia arriba, hacia Monte Sacro; más tarde Nietzsche se acordará de esto como un suceso sagrado, lleno de esperanzas que nunca llegaron, lleno de promesas que nunca se cumplieron. No sabemos lo que sucedió en Monte Sacro, Nietzsche no se manifestó al respecto y Lou lo hizo muy escasamente; más tarde dijo a un amigo: "No recuerdo ya si besé a Nietzsche en Monte Sacro". En cualquier caso Nietzsche se sintio alentado en Lucerna para hacer su segunda proposición de matrimonio, ahora sin casamentero. Lou, que se siente simultáneamente atraída y repelida por Nietzsche, lo rechaza de nuevo.
Y luego llegó el verano en Tautenburg (Turingia). Lou aceptó la invitación de Nietzsche. Primero había visitado los festivales de Bayreuth, donde frecuentaba la casa de Wagner y conoció a la hermana de Nietzsche. Elisabeth se convirtió en una testigo envidiosa de su éxito social en los salones y en las recepciones. Allí no se hablaba bien del renegado Nietzsche, y Elisabeth encontraba que esta joven rusa habría debido defender enérgicamente a su hermano. Y no lo hizo, sino que, por el contrario, lo traicionó y tomó parte en las calumnias; en todo caso así lo sintió Elisabeth y, sobre todo, así se lo contó después a su hermano.
Las semanas de Tautenburg fueron felices e intensas, pero hubo instantes en los que Lou notó lo extraño, lo terrible que emanaba de Nietzsche. Dice, por ejemplo: "En alguna profundidad escondida de nuestra esencia nos separan mundos. Nietzsche, a la manera de un viejo castillo, tiene en su esencia algunos calabozos oscuros y ocultas bodegas que pasan desapercibidos en un conocimiento fugaz y, sin embargo, pueden contener lo más auténtico de su persona. Sorprendentemente, hace poco, de golpe pasó con fuerza por mi cabeza el pensamiento de que alguna vez podríamos enfrentarnos como enemigos". Y así será. Nietzsche no quiso notar que Lou no lo amaba tal como él quizás había deseado; confundió la intensidad entre ellos y la dicha especial que Lou sentía en sus conversaciones con la felicidad del amor, que para Lou no estaba aquí en juego.
Después de Tautenburg, Lou y rée mantuvieron todavía el plan durante cierto tiempo, pero solo para conseguir que Nietzsche se adormeciera sosegadamente. Mientras él se aferraba todavía a la alianza de tres, Lou y Rée habían llevado a la práctica su propósito de vivir juntos en Berlín. Y luego las terribles calumnias que llegan a sus oídos a través de su hermana, y a las que él da fe con tanta mayor firmeza cuanto más tiempo Lou y Rée lo mantienen esperanzado. Arde en su interior por esta triple difamación: la de ser un egoísta, perseguir intenciones sexuales bajo un manto idealista y la de que su obre es producto de un medio loco. Le resulta difícil relegar todo eso al olvido.
Si el filósofo del martillo no se quitó la vida en aquel instante de tremendo martirio interior es porque la más grande obra del pensamiento del siglo XIX le sirvió de catarsis. Gracias a una carta dirigida a su amigo Paul Rée sabemos el amor que sentía por Salomé y la situación anímica en la que se hallaba: “si no encuentro la piedra filosofal para convertir esta porquería en oro, estoy acabado”. Con la obra de "Zarathustra" logra sacar su vida del despeñadero, al menos por un tiempo. Se olvida para siempre de cualquier otro amor y persevera en soledad.
De hecho le falta una protección inmunológica, le faltan las "medidas protectoras naturales", por ejemplo, la distracción mediante el contacto usual con otros hombres. El ermitaño es atormentado por su imaginación; cuando más tarde Nietzsche conozca La Tentación de San Antonio, de Flaubert, reconocerá allí lo que significa ser avasallado por el tormento de las propias fantasías. Pero Nietzsche lucha por la voluntad de poder sobre sí mismo; vuelve la sospecha contra las propias suposiciones, y de pronto puede ver todo el tumulto bajo otra luz totalmente distinta. Entonces, tal como escribe el 14 de agosto de 1883, Lou se le presenta de nuevo como "un ser del más alto nivel, y su ausencia será siempre una lástima [...]. La echo de menos, incluso con sus malos atributos".
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«¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!» |
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