“Hay que acabar con las falacias a las que se agarran los charlatanes […] para defender su presencia en los medios de comunicación y para no ser objeto de chanzas, la principal de las cuales es argüir que todas las ideas son respetables y tienen el mismo derecho a ser defendidas. No, no es verdad. No todas las ideas son respetables. Las idioteces no son respetables; son idioteces. Y, a veces, peligrosas”. (El Escéptico N° 01, 1998)
En nuestro país, hoy existe un problema esencial que a muy pocos interesa, y no me refiero a la decadencia del fútbol peruano, que, con franqueza, a nadie debería importarle. En esta ocasión, trataré brevemente el problema del fundamentalismo religioso, el cual, no solo se ejerce desde las iglesias, templos, monasterios y demás yerbas, sino también desde el propio Estado en detrimento de la laicidad y la libertad individual.
“En América latina el Estado teocrático se transformó con el inicio de la república, en Estado clerical. La iglesia católica con el control hegemónico de hospitales, albergues, cementerios, escuelas, hospicios y universidades, le negó al flamante Estado independiente estas competencias naturales. Desde la Constitución de 1823, parlamentaria y liberal, el Estado no pudo sino rendirse al poder intolerante de la institución confesional […]”. (Chanamé, 2010)
Este es un asunto de primer orden que afecta enormemente el desarrollo de nuestra nación y, por ende, la vida de millones de personas. La oposición ignominiosa al aborto es un ejemplo de ello. El poder legislativo ni siquiera se molestaría en tratar un asunto tan “escabroso” como este, es por eso que los proyectos para la despenalización del aborto jamás verán la luz. Además, sabemos bastante bien cómo funciona el control constitucional de las leyes en nuestro país, no es más que un simple asunto de opinión pública, es decir, la tiranía de las masas sobre el individuo. Lamentablemente, apenas se balbucea la despenalización del aborto en casos de violación sexual, un tema que ni siquiera debería deliberarse, ya que la legalización es la única alternativa posible; sin embargo, la tozuda oposición de los fundamentalistas religiosos y seudohumanistas hace inviable cualquier tentativa de regulación legal, y, eso no es todo, los susodichos representantes de Dios en la Tierra y de los “Derechos Humanos” consideran inconstitucional y pecaminoso el aborto terapéutico (cuando es el único medio para salvar la vida de la gestante o para evitar en su salud un mal grave y permanente); ¡por supuesto!, es mejor dos almitas para el reino de Dios que solo una. He allí la misericordia de los paladines del derecho a la vida.
Las muchedumbres religiosas (fundamentalistas), que, con biblia en mano andan maldiciendo de la libertad, no tienen límites; están aquí, allá y acullá. Ora despotricando contra la ciencia, ora despotricando contra los derechos fundamentales del individuo. Dicen que su reino no es de este mundo, pero buscan el poder terrenal a toda costa. Sobre este punto, Fernando Savater refiere que: “Para la Iglesia persecución es que le quiten el derecho a decir la última palabra. La religión como derecho debe ser respetada pero como deber no puede serlo. Es incompatible con la democracia. En los países en que la religión es un deber no pueden convivir distintas iglesias, no puede haber tolerancia religiosa”.
Los fundamentalistas se arrogan el derecho de intervenir en la vida privada de su prójimo, juzgando y sojuzgando la libertad de las personas, se autoproclaman atalayas de Dios Padre Todopoderoso y profieren frases copiadas y sobrevaloradas como: “Creo que si los países ricos permiten el aborto, son los más pobres y necesitan que recemos por ellos porque han legalizado el homicidio”. “El aborto daña a Dios, porque él nos ha creado según su imagen y semejanza”.
Al respecto, Fernando Savater señala: “Para que la religión sea vista como un derecho no solo es necesario la tolerancia del poder, sino también que el individuo renuncie a la religión como centro de la sociedad. La diferencia entre un fanático y un religioso, es que para el fanático la religión no es un derecho sino un deber para él y para todos los demás. Y además él considera que tiene el deber de hacer que los demás cumplan ese deber”. Asimismo, el mencionado autor agrega: “La religión tiene derecho a decir qué es pecado pero no a decir qué es delito. Tampoco es lógico que diga, por ejemplo, que la homosexualidad es una enfermedad. Eso deben decirlo los médicos que son los que entienden de esos temas”.
Es evidente que no podemos hacer nada si tenemos un Estado que se dice laico, pero que en realidad es abiertamente confesional. No podemos obligar a nadie a leer algún libro de embriología clínica para que comprenda el desarrollo del ser humano, pero sí podemos exigir que se garantice y respete nuestra libertad de elegir sobre nuestras propias vidas. Tengamos la humildad de decir que este no es un asunto que le compete a usted, simple mortal; tal vez a Dios sí, pero esa es una cuestión que se discutirá en el más allá, no en el más acá.
La lección moral que todos deberíamos haber aprendido es que, los atavismos religiosos, no deben sobrepasar la esfera personal de cada individuo.
El establecimiento de un Estado laico y democrático, es fundamental en toda sociedad organizada.
El aborto debe ser despenalizado y deberíamos seguir el modelo español (u otro mejor) de la Ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. ¿O qué? ¿Acaso usted va a sobrellevar tan pesada carga durante nueve largos meses, acompañados de náuseas, mareos, dolores, hemorroides, hinchazón, estreñimiento, etc.? ¿Acaso usted verá frustrado su proyecto de vida? ¿Usted, su iglesia o su institución “provida”se harán cargo de los innumerables gastos prenatales, posnatales y de alimentos? ¿Usted, su iglesia o su institución “provida” se encargarán de adoptar a todos estos infantes y darles una vida digna? Y por último, ¿cree usted que su fundamentalismo impedirá que se sigan practicando abortos clandestinos?
El problema de la desregulación del aborto tiene su raíz en el sentimiento irracional y subjetivo de las masas fundamentalistas. Los derechos individuales solo son derechos si triunfan frente a la opresión del gobierno y la mayoría. Dejar a la discrecionalidad de las masas fundamentalistas una cuestión de derechos, significa no tomarse en serio los derechos. ¿Estamos de acuerdo? Bien, supongamos que está legalizado el aborto, usted no ha tenido conocimiento de ninguna práctica abortiva hasta que su vecina le cuenta sobre algún caso. De seguro se indignará y le rezará a Diosito más tarde, pero ¿de qué modo afectaría aquello en su vida? Es muy probable que lo haya olvidado durante el fin de semana cuando vaya a divertirse con sus amigos a la discoteca. No será una cruz que cargará por toda su existencia. Mi consejo es: “Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même”.
Quiero concluir, citando parte de una sentencia del Tribunal constitucional peruano:
El “Estado Constitucional de Derecho resguarda que el forjamiento de la propia conciencia no conlleve perturbación o imposición de ningún orden, ni siquiera de aquellos postulados éticos o morales que cuenten con el más contundente y mayoritario apoyo social, pues justamente, una condición intrínseca al ideal democrático lo constituye el garantizar el respeto de los valores e ideas de la minoría”. (Exp. N° 0895-2001-AA/TC, f.j. 3)