"UN BLOG PARA TODOS Y PARA NADIE

Bienvenidos:

Este es un blog dedicado a mí mismo, poco me importa si leen o no mis publicaciones. "Yo soy pretil junto a la corriente. ¡Agárreme el que pueda! Pero yo no soy vuestra muleta".

Sepan que he invertido cierta parte de mi tiempo en elaborar las publicaciones de este blog y si le sirve de provecho a alguien, ¡enhorabuena!

Los creyentes fanáticos e intolerantes no son bienvenidos en este lugar, vayan a arrojar sus inmundicias a otra parte (tampoco responderé a sus tonterías), pues yo "sé que me cortaron las alas, mas eso no me impedirá elevarme por encima del cielo".

Los predicadores de cualquier índole religiosa, son mis enemigos, y con esto no me refiero a las víctimas de la religión ni a los cristianos liberados, quienes creen en dios según su capricho; tampoco a los que no leen o interpretan las "sagradas" escrituras según su conveniencia. Tengo aún menos consideración por quienes asisten a "retiros espirituales" y "misas" con el único fin de "evangeligar". Estos no son mis enemigos, a lo mucho son comediantes de la "divinidad".

Recomiendo a mi reducido número de lectores un poco de paciencia, ya que encontrarán algunas publicaciones extensas. "¡No arrojes al héroe que hay en tu alma! ¡Conserva santa tu más alta esperanza!"

Por último, quiero proclamar, en nombre del conjunto gregario humano, lo siguiente:

"Creo en la redención de la humanidad: la detonación de la bomba del juicio final".

miércoles, 23 de septiembre de 2015

LA PENA DE MUERTE SEGÚN LA BIBLIA Y SUS INTÉRPRETES



La pena de muerte (o pena capital para los más sensibles) es un asunto coyuntural que no puede pasar inadvertido en nuestro país. Sin embargo, para muchos de los creyentes (católicos y protestantes) suele ser un tema escabroso y ambivalente.

Es cierto que la iglesia ha mantenido posiciones antagónicas respecto a la pena de muerte a lo largo de la historia, ya sea por conveniencia o debido a la presión social de la época, y, para poder superar la opinión de los meapilas, quienes tergiversan los textos bíblicos a su antojo, y la de los “cristianos liberados” que poco o nada saben sobre la voluntad divina (la Biblia), es necesario conocer la posición de los exégetas, teólogos, papas y santos; pero sobre todo, es más importante resaltar ciertos pasajes de las escrituras para que no queden dudas sobre la opinión que debería regir sobre los creyentes, que, en su gran mayoría, están acostumbrados a no leer o a interpretar las escrituras caprichosamente, sobre todo para justificar conductas reprobables y esos fines de semana nocturnos en los que “el Diablo” hace de las suyas, y que todos nosotros (digo nosotros para practicar la empatía) conocemos bastante bien. 

Veamos, pues, algunos pasajes bíblicos (Reina-Valera) concordantes con la pena de muerte: 

“Si alguien derrama la sangre de un ser humano, otro ser humano derramará la de él, porque Dios hizo al ser humano a su imagen y semejanza”. (Gén. 9; 6)

“(30) Un asesino sólo podrá ser condenado a muerte con base en el testimonio de varios testigos. Nadie podrá ser ejecutado por el testimonio de un solo testigo. (31) Ustedes no deben aceptar ningún pago a cambio de la vida de un asesino que sea condenado a muerte. Debe ser ejecutado.” (Núm. 35; 30-31)

“No corrompan con asesinatos la tierra donde viven porque el asesinato contamina el territorio que habitan. El único pago por un asesinato es la muerte del asesino”. (Núm. 35; 33)

“Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti” (Deut. 19; 20). 

“Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal” (Ec. 8; 11). 

“(3) Las autoridades no están para que los que hacen el bien les tengan miedo. Por lo tanto, los que deben temerles son los que hacen maldades. Así que si no quieres tener miedo, haz el bien y te felicitarán (4) porque el que gobierna es un siervo de Dios para tu beneficio. Pero si haces cosas malas, ten cuidado, porque el gobernante tiene el poder para castigarte y seguro que usará su poder. Él es el siervo de Dios para castigar a los que hacen lo malo” (Rom. 13; 3-4).

“Si soy culpable de algún delito o he hecho algo para merecer la muerte, no estoy tratando de escapar de ella. Pero si no hay nada cierto en los cargos que estos tienen en mi contra, nadie tiene derecho de entregarme a los judíos. Pido ser juzgado ante el emperador” (Hechos 25; 11).

Sobre lo expuesto, es muy probable que la feligresía de cualquier bando haga oídos sordos de lo que de boca para afuera venera. Seguramente se recurrirá al viejo y recurrente argumento: “Si Diosito le ha concedido la vida al hombre, solo él puede arrebatársela”. Supongamos que es así, y siguiendo la misma lógica, ¿no debería pensarse del mismo modo sobre la privación de la libertad? “¿Quién rayos es el hombre para arrebatarle la libertad a otro ser humano si Diosito nos ha creado libres?” 

Los más aventureros, los que reniegan del Antiguo Testamento, buscarán «…resolver el problema diciendo que el Nuevo Testamento supera al Antiguo, que el espíritu evangélico revoca la ley mosaica. Pero con esta actitud tampoco se respeta la Palabra, en este caso la del mismo Jesucristo, quien declaraba «no he venido para revocar la Ley sino para completarla», advirtiendo que «no pasaré por alto ni un punto de la Ley» (Messori, 2000).
Se supone que el derecho a la vida es superior al de la libertad, y, por lo tanto, es más humanitario restringir la libertad de un individuo por muchos años (incluso de modo perpetuo) que condenarlo a muerte. Dudo mucho que Giordano Bruno haya pensado de ese modo. Pero tomemos el ejemplo de Jesucristo, quien decidió someterse a la ley romana que lo condenó a morir crucificado por el delito de sedición. Sobre este punto, es importante conocer la reflexión del teólogo Romano Amerio: “…la religión no ve la vida como un fin sino como un medio con una función moral que trasciende todo el orden de los valores mundanos subordinados. […] quitarle la vida no equivale a quitarle al hombre la finalidad trascendente para la que ha nacido y que constituye su dignidad. En el rechazo a la pena de muerte se percibe un sofisma implícito: o sea que, al matar al delincuente, el hombre, y en concreto el Estado, detenta el poder de truncar su destino, sustrayéndole su función última, quitándole la posibilidad de cumplir su oficio de hombre. […]En efecto, al condenado a muerte se le puede quitar la existencia terrena, pero no su finalidad en la vida. […] desde la perspectiva religiosa, la muerte impuesta por un hombre a otro no puede perjudicar ni al destino moral ni a la dignidad humana”.

A pesar de lo expuesto, algún meapilas preocupado por la legalidad dirá: “El sistema judicial es corrupto y mediocre, podría condenar a muchos inocentes a la pena de muerte como se hacía en las dictaduras del pasado y también se hace aún en el presente”. De acuerdo, es cierto que existen “jueces” como el Chancho Guevara que, tras un juicio sumario de veinticuatro horas, mandaba a fusilar a mucha gente (incluidos sus esbirros), pero debemos recordar que en el cielo está un juez justo y omnisciente que enmendará, en la otra vida, todo el daño que se pudiera haber ocasionado en esta efímera vida terrenal… ¡hombres de poca fe! 

Por su parte, el periodista y escritor católico, Vittorio Messori, señala que: “La Iglesia católica (con el consenso, por otro lado, de las ortodoxas y protestantes y exceptuando a algunas pequeñas sectas heréticas de los propios reformados) nunca ha negado que la autoridad legítima posea el poder de infligir la muerte como castigo. La propuesta de Inocencio III, confirmada por el Cuarto Concilio de Letrán de 1215, según la cual la autoridad civil «puede infligir sin pecado la pena de muerte, siempre que actúe motivada por la justicia y no por el odio y proceda a ella con prudencia y no indiscriminadamente» es materia de fide. Esta declaración dogmática confirma toda la tradición católica anterior y sintetiza la posterior. De hecho, hasta ahora no ha sido modificada por ninguna otra sentencia solemne del Magisterio”. 

Es necesario recordar que tras el surgimiento del Movimiento Humanista en los años setenta y la consolidación de la alcahuetería de los Derechos Humanos de los delincuentes, la iglesia (tanto católica, ortodoxa y protestante) se ha adherido convenientemente a la tesis abolicionista, olvidándose de las prescripciones bíblicas antes señaladas. Actualmente, la posición mayoritaria arguye a favor de la redención de lo irredimible, la expiación de los pecados por otros medios distintos de la muerte (¿acaso Jesús no nos dio un buen ejemplo al someterse voluntariamente a la pena de muerte que se le impuso?). 

Los seudohumanistas garantizan el derecho a la vida de quienes violan sin reparo los derechos fundamentales de otras personas (entiéndase sobre todo el derecho a la vida, a la integridad física y a la libertad e indemnidad sexual), por lo tanto, niega la legítima defensa de la sociedad (la de eliminar al elemento sumamente peligroso) y de este modo, el restablecimiento del orden social en general. 

A modo de conclusión, respecto al tema en boga, Tomás de Aquino ofrece una elucidación para los irreligiosos de la fe católica y protestante: «La muerte que se inflige como pena por los delitos realizados, levanta completamente el castigo por los mismos en la otra vida. La muerte natural, en cambio, no lo hace.» 

Los más de los creyentes (en su mayoría analfabetos bíblicos) deberían tener en cuenta estas apreciaciones antes de taparse los oídos y abrir la boca. Por su parte, los seudohumanistas (la mayoría de ellos cristianos convencidos) y su inagotable afán de protagonismo, deberían cavilar seriamente el asunto y dejar de decir perogrulladas como: la vida humana es inviolable, inalienable, imprescriptible… ¡Ojalá pudieran ver el manto de contradicción que los envuelve… pero no! La estulticia siempre les dará la “razón” y proclamarán a viva voz: “Nosotros somos los paladines de la moral y los Derechos Humanos; protegemos la vida humana del delincuente y resguardamos su inviolabilidad, aunque eso signifique sacrificar a miles de víctimas cada año. Nosotros, los seudohumanistas, consideramos aborrecible y peligrosa la pena de muerte. No nos podemos fiar de los jueces que, de forma irreversible, podrían condenar a muerte a algún inocente. Y, por último, creemos que nuestras conjeturas y generalizaciones son bastante plausibles”. 

Asumir una posición inflexible e indiferente con nuestra realidad es un acto nefasto que ningún movimiento hippie, ley moral o creencia religiosa pueden justificar. La oposición estúpida de los abolicionistas y de los irreligiosos de cualquier iglesia en contra de la pena de muerte, es una ignominiosa falta hacia la conciencia de la sociedad y un descarado irrespeto por las incontables víctimas que la delincuencia cobra cada día.