"UN BLOG PARA TODOS Y PARA NADIE

Bienvenidos:

Este es un blog dedicado a mí mismo, poco me importa si leen o no mis publicaciones. "Yo soy pretil junto a la corriente. ¡Agárreme el que pueda! Pero yo no soy vuestra muleta".

Sepan que he invertido cierta parte de mi tiempo en elaborar las publicaciones de este blog y si le sirve de provecho a alguien, ¡enhorabuena!

Los creyentes fanáticos e intolerantes no son bienvenidos en este lugar, vayan a arrojar sus inmundicias a otra parte (tampoco responderé a sus tonterías), pues yo "sé que me cortaron las alas, mas eso no me impedirá elevarme por encima del cielo".

Los predicadores de cualquier índole religiosa, son mis enemigos, y con esto no me refiero a las víctimas de la religión ni a los cristianos liberados, quienes creen en dios según su capricho; tampoco a los que no leen o interpretan las "sagradas" escrituras según su conveniencia. Tengo aún menos consideración por quienes asisten a "retiros espirituales" y "misas" con el único fin de "evangeligar". Estos no son mis enemigos, a lo mucho son comediantes de la "divinidad".

Recomiendo a mi reducido número de lectores un poco de paciencia, ya que encontrarán algunas publicaciones extensas. "¡No arrojes al héroe que hay en tu alma! ¡Conserva santa tu más alta esperanza!"

Por último, quiero proclamar, en nombre del conjunto gregario humano, lo siguiente:

"Creo en la redención de la humanidad: la detonación de la bomba del juicio final".

jueves, 24 de diciembre de 2015

PAPÁ NOEL, EL MITO MÁS MODERNO DE LA NAVIDAD


 
Es el personaje más entrañable de la Navidad. Pero Papá Noel, o Santa Claus, es una figura muy reciente, hija de la imaginación de dos escritores neoyorquinos, nieta de la devoción de holandeses errantes, y real gracias a un dibujante satírico y a la publicidad de la Coca-Cola.

La figura de Santa Claus se construyó sobre la de san Nicolás, obispo turco del siglo IV cuyo mito y culto se expandió por toda la Europa medieval.

Desde mediados del siglo XIII el día de san Nicolás se centró en los obsequios a los niños.

La tradición de san Nicolás llegó a New York en 1621 con los emigrantes holandeses.

Washington Irving, en 1809, escribió una sátira -Historia de New York- en la que deformó al santo patrón holandés -Sinter Klaas- hasta transformarlo en el precedente de Santa Claus (pronunciación que los angloparlantes le dieron al nombre holandés). 

El éxito popular del personaje de Irving se completó con un poema de Clement C. Moore, publicado en 1823, que acabó de inventar el mito del generoso y alegre personaje navideño.

Un dibujante satírico, Thomas Nast, entre 1863 y 1886, creó progresivamente la imagen básica de Santa Claus a través de sus ilustraciones publicadas en la revista Harper’s.

La vestimenta roja del personaje nació a finales del XIX como consecuencia del desarrollo de las técnicas de impresión en color.

El ya popular Santa Claus pasó a Gran Bretaña a mediados del siglo XIX y de allí a Francia, donde se fundió con el Bonhomme Noel, origen de nuestro Papá Noel.

La imagen actual de Santa Claus/Papá Noel se la debemos a la Coca-Cola que en 1931 le encargó al pintor Habdon Sundblom que remodelara al personaje de Nast para hacerlo más humano, atractivo y creíble.

El aspecto de un vendedor jubilado llamado Lou Prentice sirvió de base a Sundblom para crear -en sus óleos pintados entre 1931 y 1966- la figura moderna de Santa Claus, popularizada por la publicidad navideña de Coca-Cola y por el cine norteamericano. El pintor retrató a sus propios hijos y nietos en los anuncios y, a la muerte de Prentice, añadió al rostro de Santa Claus sus propios rasgos nórdicos.

Pepe Rodriguez, Datos curiosos sobre la historia y tradiciones de la Navidad.

LA FIESTA DEL ASNO

 

«Yo soy el antiasno "par excellence" y, por lo tanto, un monstruo en la historia del mundo; yo soy, dicho en griego, y no solo en griego, el anticristo».

F. Nietzsche, Ecce Homo.

miércoles, 7 de octubre de 2015

EL GANADO MULTIMEDIA


Reflexionar sobre el impacto, casi siempre, nefasto que tienen los medios de comunicación sobre la formación del individuo, debería ser un asunto de primer orden. Sin embargo, cuando se plantean propuestas de solución a este problema, las mayorías ensoberbecidas siempre apelan a la libertad de expresión como derecho fundamental e inalienable, impidiendo de este modo, la posibilidad de regularizar cierta clase de información que, inevitablemente, resultará nociva para la sociedad en general. Si echamos un vistazo a la televisión nacional del Perú, podremos apreciar que el 90% está conformado por televisión basura. Los programas culturales e informativos serios, van desapareciendo progresivamente y las tentativas de hacer televisión cultural fracasan casi de inmediato. Sartori decía al respecto: “No podría describir mejor al vídeo-niño, es decir, el niño que ha crecido ante un televisor. ¿Este niño se convierte algún día en adulto? Naturalmente que sí, a la fuerza. Pero se trata siempre de un adulto sordo de por vida a los estímulos de la lectura y del saber transmitidos por la cultura escrita. Los estímulos ante los cuales responde cuando es adulto son casi exclusivamente audiovisuales. Por tanto, el vídeo-niño no crece mucho más. A los treinta años es un adulto empobrecido, educado por el mensaje: «la cultura, qué rollazo», de Ambra Angiolini (l’enfantprodige que animaba las vacaciones televisivas), es, pues, un adulto marcado durante toda su vida por una atrofia cultural".

Si lo que he planteado líneas arriba parece terrible, más monstruoso es aún, lo que internet está ocasionando en la vida de las personas, sobre todo, en las nuevas generaciones. Resulta penoso asimilar la enorme cantidad de fracasados que nos sucederán. Pareciera que el futuro de nuestro país y del mundo estará plagado de mentes mediocres que pasarán la mayor parte de sus vidas interconectadas entre sí, ahogados por los innumerables estímulos multicolores de internet. Es cierto que las bondades de internet son muchísimas, pero estas pasarán inadvertidas si los receptores son sujetos indiferentes de la cultura y el aprendizaje. 

Por lo expuesto, creo necesario compartir la reflexión sobre la cultura hecha por Sartori: “…cultura es además sinónimo de «saber»: una persona culta es una persona que sabe, que ha hecho buenas lecturas o que, en todo caso, está bien informada. En esta acepción restringida y apreciativa, la cultura es de los «cultos», no de los ignorantes. Y éste es el sentido que nos permite hablar (sin contradicciones) de una «cultura de la incultura» y asimismo de atrofia y pobreza cultural". 

La alienación del hombre se hace cada vez más patente. Hoy en día los individuos no se pertenecen, se transfiguran constantemente; comparten memes y emoticons para expresar sus pensamientos y emociones; pasan horas frente a una pantalla (de un ordenador o smartphone) chateando con la boca abierta y el culo pegado al asiento; el mundo multimedia los engulle por días, meses, años... De por vida. Convierten una parte accesoria y dispensable en un modo de existencia vegetativa, ignorantes de sí propios se yerguen y proclaman: ¡somos el ganado multimedia y qué! 

Estos cerebros atrofiados son descritos, de forma precisa, por Furio Colombo: “La paideia del vídeo hará pasar a Internet a analfabetos culturales que rápidamente olvidarán lo poco que aprendieron en la escuela y, por tanto, analfabetos culturales que matarán su tiempo libre en Internet, en compañía de «almas gemelas» deportivas, eróticas, o de pequeños hobbies. Para este tipo de usuario, Internet es sobre todo un terrific way to waste time, un espléndido modo de perder el tiempo, invirtiéndolo en futilidades. Se pensará que esto no tiene nada de malo. Es verdad, pero tampoco hay nada bueno. Y, por supuesto, no representa progreso alguno, sino todo lo contrario […]. Para los excluidos queda el juego interactivo [...] para llenar un inmenso tiempo libre”.

domingo, 4 de octubre de 2015

EL AMOR LÍQUIDO EN LAS REDES


«¿Los habitantes de nuestro moderno mundo líquido […] preocupados por una cosa mientras hablan de otra? Dicen que su deseo, su pasión, su propósito o su sueño es “relacionarse”. Pero, en realidad, ¿no están más bien preocupados por impedir que sus relaciones se cristalicen y se cuajen? ¿Buscan realmente relaciones sostenidas, tal como dicen, o desean más que nada que esas relaciones sean ligeras y laxas, siguiendo el patrón de Richard Baxter, según el cual se supone que las riquezas deben “descansar sobre los hombros como un abrigo liviano” para poder “deshacerse de ellas en cualquier momento”? En definitiva, ¿qué clase de consejo están buscando verdaderamente? ¿Cómo anudar la relación o cómo –por si acaso– deshacerla sin perjuicio y sin cargos de conciencia? No hay respuestas fáciles a esa pregunta, aunque es necesario formularla, y seguirá siendo formulada mientras los habitantes del moderno mundo líquido sigan debatiéndose bajo el peso abrumador de la tarea más ambivalente de las muchas que deben enfrentar cada día».
«Por más arduamente que se esfuercen los desdichados buscadores de relaciones y sus consejeros, esa idea se resiste a ser despojada de sus connotaciones perturbadoras y aciagas. Sigue cargada de vagas amenazas y premoniciones sombrías: transmite simultáneamente los placeres de la unión y los horrores del encierro. Quizás por eso, más que transmitir su experiencia y expectativas en términos de “relacionarse” y “relaciones”, la gente habla cada vez más (ayudada e inducida por consejeros expertos) de conexiones, de “conectarse” y “estar conectado”. En vez de hablar de parejas, prefieren hablar de “redes”. ¿Qué ventaja conlleva hablar de “conexiones” en vez de “relaciones”?»
«A diferencia de las “relaciones”, el “parentesco”, la “pareja” e ideas semejantes que resaltan el compromiso mutuo y excluyen o soslayan a su opuesto, el descompromiso, la “red” representa una matriz que conecta y desconecta a la vez: la redes sólo son imaginables si ambas actividades no están habilitadas al mismo tiempo. En una red, conectarse y desconectarse son elecciones igualmente legítimas, gozan del mismo estatus y de igual importancia. ¡No tiene sentido preguntarse cuál de las dos actividades complementarias constituye “la esencia” de una red! “Red” sugiere momentos de “estar en contacto” intercalados con períodos de libre merodeo. En una red, las conexiones se establecen a demanda, y pueden cortarse a voluntad. Una relación “indeseable pero indisoluble” es precisamente lo que hace que una “relación” sea tan riesgosa como parece. Sin embargo, una “conexión indeseable” es un oxímoron: las conexiones pueden ser y son disueltas mucho antes de que empiecen a ser detestables».
«Las conexiones son “relaciones virtuales”. A diferencia de las relaciones a la antigua (por no hablar de las relaciones “comprometidas”, y menos aún de los compromisos a largo plazo), parecen estar hechas a la medida del entorno de la moderna vida líquida, en la que se supone y espera que las “posibilidades románticas” (y no sólo las “románticas”) fluctúen cada vez con mayor velocidad entre multitudes que no decrecen, desalojándose entre sí con la promesa “de ser más gratificante y satisfactoria” que las anteriores. A diferencia de las “verdaderas relaciones”, las “relaciones virtuales” son de fácil acceso y salida. Parecen sensatas e higiénicas, fáciles de usar y amistosas con el usuario, cuando se las compara con la “cosa real”, pesada, lenta, inerte y complicada».
«Cuando la calidad no nos da sostén, tendemos a buscar remedio en la cantidad. Si el “compromiso no tiene sentido” y las relaciones ya no son confiables y difícilmente duren, nos inclinamos a cambiar la pareja por las redes. Sin embargo, una vez que alguien lo ha hecho, sentar cabeza se vuelve aún más difícil (y desalentador) que antes –ya que ahora carece de las habilidades que podrían hacer que la cosa funcionara–».

Zygmunt Bauman, Amor líquido.

viernes, 2 de octubre de 2015

UTOPÍA DE UN HOMBRE QUE ESTÁ CANSADO


"Ya a nadie le importan los hechos. Son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento. En las escuelas nos enseñan la duda y el arte del olvido. Ante todo el olvido de lo personal y local. Vivimos en el tiempo, que es sucesivo, pero tratamos de vivir sub specie aeternitatis. Del pasado nos quedan algunos nombres, que el lenguaje tiende a olvidar".

"No conviene fomentar el género humano. Hay quienes piensan que es un órgano de la divinidad para tener conciencia del universo, pero nadie sabe con certidumbre si hay tal divinidad. Creo que ahora se discuten las ventajas y desventajas de un suicidio gradual o simultáneo de todos los hombres del mundo".

"Queremos olvidar el ayer, salvo para la composición de elegías. No hay conmemoraciones ni centenarios ni efigies de hombres muertos. Cada cual debe producir por su cuenta las ciencias y las artes que necesita".

"- ¿Qué sucedió con los gobiernos?
- Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen".

Jorge Luis Borges.

jueves, 1 de octubre de 2015

MIGUEL DE UNAMUNO - MI RELIGIÓN


Tanto los individuos como los pueblos de espíritu perezoso - y cabe pereza espiritual con muy fecundas actividades de orden económico y de otros órdenes análogos - propenden al dogmatismo, sépanlo o no lo sepan, quiéranlo o no, proponiéndose o sin proponérselo. La pereza espiritual huye de la posición crítica o escéptica.
Escéptica digo, pero tomando la voz escepticismo en su sentido etimológico y filosófico, porque escéptico no quiere decir el que duda, sino el que investiga o rebusca, por oposición al que afirma y cree haber hallado. Hay quien escudriña un problema y hay quien nos da una fórmula, acertada o no, como solución de él.
[...]
Los hombres que sostienen que de no creer en el castigo eterno del infierno serían malos, creo, en honor de ellos, que se equivocan. Si dejaran de creer en una sanción de ultratumbas no por eso se harían peores, sino que entonces buscarían otra justificación ideal a su conducta. El que siendo bueno cree en un orden trascendente, no tanto es bueno por creer en él cuanto que cree en él por ser bueno. Proposición ésta que habrá de parecer oscura o enrevesada, estoy de ello cierto, a los preguntones de espíritu perezoso.
Y bien, se me dirá, "¿Cuál es tu religión?" Y yo responderé: mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con Él luchó Jacob. No puedo transigir con aquello del Inconocible - o Incognoscible, como escriben los pedantes - ni con aquello otro de "de aquí no pasarás". Rechazo el eterno ignorabimus. Y en todo caso, quiero trepar a lo inaccesible.
"Sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto", nos dijo el Cristo, y semejante ideal de perfección es, sin duda, inasequible. Pero nos puso lo inasequible como meta y término de nuestros esfuerzos. Y ello ocurrió, dicen los teólogos, con la gracia. Y yo quiero pelear mi pelea sin cuidarme de la victoria. ¿No hay ejércitos y aun pueblos que van a una derrota segura? ¿No elogiamos a los que se dejaron matar peleando antes que rendirse? Pues ésta es mi religión.
Ésos, los que me dirigen esa pregunta, quieren que les dé un dogma, una solución en que pueda descansar el espíritu en su pereza. Y ni esto quieren, sino que buscan poder encasillarme y meterme en uno de los cuadriculados en que colocan a los espíritus, diciendo de mi: es luterano, es calvinista, es católico, es ateo, es racionalista, es místico, o cualquier otro de estos motes, cuyo sentido claro desconocen, pero que les dispensa de pensar más. Y yo no quiero dejarme encasillar, porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a conciencia plena, soy una especie única. "No hay enfermedades, sino enfermos", suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay opiniones, sino opinantes.
[...]
De lo que huyo, repito, como de la peste, es de que me clasifiquen, y quiero morirme oyendo preguntar de mí a los holgazanes de espíritu que se paren alguna vez a oírme: "Y este señor, ¿qué es?" Los liberales o progresistas tontos me tendrán por reaccionario y acaso por místico, sin saber, por supuesto, lo que esto quiere decir, y los conservadores y reaccionarios tontos me tendrán por una especie de anarquista espiritual, y unos y otros, por un pobre señor afanoso de singularizarse y de pasar por original y cuya cabeza es una olla de grillos. Pero nadie debe cuidarse de lo que piensen de él los tontos, sean progresistas o conservadores, liberales o reaccionarios.
Y como el hombre es terco y no suele querer enterarse y acostumbra después que se le ha sermoneado cuatro horas a volver a las andadas, los preguntones, si leen esto, volverán a preguntarme: "Bueno; pero ¿qué soluciones traes?" Y yo, para concluir, les diré que si quieren soluciones, acudan a la tienda de enfrente, porque en la mía no se vende semejante artículo. Mi empeño ha sido, es y será que los que me lean, piensen y mediten en las cosas fundamentales, y no ha sido nunca el de darles pensamientos hechos. Yo he buscado siempre agitar, y, a lo sumo, sugerir, más que instruir. Si yo vendo pan, no es pan, sino levadura o fermento.
Hay amigos, y buenos amigos, que me aconsejan me deje de esta labor y me recoja a hacer lo que llaman una obra objetiva, algo que sea, dicen, definitivo, algo de construcción, algo duradero. Quieren decir algo dogmático. Me declaro incapaz de ello y reclamo mi libertad, mi santa libertad, hasta la de contradecirme, si llega el caso. Yo no sé si algo de lo que he hecho o de lo que haga en lo sucesivo habrá de quedar por años o por siglos después que me muera; pero sé que si se da un golpe en el mar sin orillas las ondas en derredor van sin cesar, aunque debilitándose. Agitar es algo. Si merced a esa agitación viene detrás otro que haga algo duradero, en ello durará mi obra.
Es obra de misericordia suprema despertar al dormido y sacudir al parado, y es obra de suprema piedad religiosa buscar la verdad en todo y descubrir dondequiera el dolo, la necedad y la inepcia.

Miguel de Unamuno, Mi religión.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

LA PENA DE MUERTE SEGÚN LA BIBLIA Y SUS INTÉRPRETES



La pena de muerte (o pena capital para los más sensibles) es un asunto coyuntural que no puede pasar inadvertido en nuestro país. Sin embargo, para muchos de los creyentes (católicos y protestantes) suele ser un tema escabroso y ambivalente.

Es cierto que la iglesia ha mantenido posiciones antagónicas respecto a la pena de muerte a lo largo de la historia, ya sea por conveniencia o debido a la presión social de la época, y, para poder superar la opinión de los meapilas, quienes tergiversan los textos bíblicos a su antojo, y la de los “cristianos liberados” que poco o nada saben sobre la voluntad divina (la Biblia), es necesario conocer la posición de los exégetas, teólogos, papas y santos; pero sobre todo, es más importante resaltar ciertos pasajes de las escrituras para que no queden dudas sobre la opinión que debería regir sobre los creyentes, que, en su gran mayoría, están acostumbrados a no leer o a interpretar las escrituras caprichosamente, sobre todo para justificar conductas reprobables y esos fines de semana nocturnos en los que “el Diablo” hace de las suyas, y que todos nosotros (digo nosotros para practicar la empatía) conocemos bastante bien. 

Veamos, pues, algunos pasajes bíblicos (Reina-Valera) concordantes con la pena de muerte: 

“Si alguien derrama la sangre de un ser humano, otro ser humano derramará la de él, porque Dios hizo al ser humano a su imagen y semejanza”. (Gén. 9; 6)

“(30) Un asesino sólo podrá ser condenado a muerte con base en el testimonio de varios testigos. Nadie podrá ser ejecutado por el testimonio de un solo testigo. (31) Ustedes no deben aceptar ningún pago a cambio de la vida de un asesino que sea condenado a muerte. Debe ser ejecutado.” (Núm. 35; 30-31)

“No corrompan con asesinatos la tierra donde viven porque el asesinato contamina el territorio que habitan. El único pago por un asesinato es la muerte del asesino”. (Núm. 35; 33)

“Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti” (Deut. 19; 20). 

“Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal” (Ec. 8; 11). 

“(3) Las autoridades no están para que los que hacen el bien les tengan miedo. Por lo tanto, los que deben temerles son los que hacen maldades. Así que si no quieres tener miedo, haz el bien y te felicitarán (4) porque el que gobierna es un siervo de Dios para tu beneficio. Pero si haces cosas malas, ten cuidado, porque el gobernante tiene el poder para castigarte y seguro que usará su poder. Él es el siervo de Dios para castigar a los que hacen lo malo” (Rom. 13; 3-4).

“Si soy culpable de algún delito o he hecho algo para merecer la muerte, no estoy tratando de escapar de ella. Pero si no hay nada cierto en los cargos que estos tienen en mi contra, nadie tiene derecho de entregarme a los judíos. Pido ser juzgado ante el emperador” (Hechos 25; 11).

Sobre lo expuesto, es muy probable que la feligresía de cualquier bando haga oídos sordos de lo que de boca para afuera venera. Seguramente se recurrirá al viejo y recurrente argumento: “Si Diosito le ha concedido la vida al hombre, solo él puede arrebatársela”. Supongamos que es así, y siguiendo la misma lógica, ¿no debería pensarse del mismo modo sobre la privación de la libertad? “¿Quién rayos es el hombre para arrebatarle la libertad a otro ser humano si Diosito nos ha creado libres?” 

Los más aventureros, los que reniegan del Antiguo Testamento, buscarán «…resolver el problema diciendo que el Nuevo Testamento supera al Antiguo, que el espíritu evangélico revoca la ley mosaica. Pero con esta actitud tampoco se respeta la Palabra, en este caso la del mismo Jesucristo, quien declaraba «no he venido para revocar la Ley sino para completarla», advirtiendo que «no pasaré por alto ni un punto de la Ley» (Messori, 2000).
Se supone que el derecho a la vida es superior al de la libertad, y, por lo tanto, es más humanitario restringir la libertad de un individuo por muchos años (incluso de modo perpetuo) que condenarlo a muerte. Dudo mucho que Giordano Bruno haya pensado de ese modo. Pero tomemos el ejemplo de Jesucristo, quien decidió someterse a la ley romana que lo condenó a morir crucificado por el delito de sedición. Sobre este punto, es importante conocer la reflexión del teólogo Romano Amerio: “…la religión no ve la vida como un fin sino como un medio con una función moral que trasciende todo el orden de los valores mundanos subordinados. […] quitarle la vida no equivale a quitarle al hombre la finalidad trascendente para la que ha nacido y que constituye su dignidad. En el rechazo a la pena de muerte se percibe un sofisma implícito: o sea que, al matar al delincuente, el hombre, y en concreto el Estado, detenta el poder de truncar su destino, sustrayéndole su función última, quitándole la posibilidad de cumplir su oficio de hombre. […]En efecto, al condenado a muerte se le puede quitar la existencia terrena, pero no su finalidad en la vida. […] desde la perspectiva religiosa, la muerte impuesta por un hombre a otro no puede perjudicar ni al destino moral ni a la dignidad humana”.

A pesar de lo expuesto, algún meapilas preocupado por la legalidad dirá: “El sistema judicial es corrupto y mediocre, podría condenar a muchos inocentes a la pena de muerte como se hacía en las dictaduras del pasado y también se hace aún en el presente”. De acuerdo, es cierto que existen “jueces” como el Chancho Guevara que, tras un juicio sumario de veinticuatro horas, mandaba a fusilar a mucha gente (incluidos sus esbirros), pero debemos recordar que en el cielo está un juez justo y omnisciente que enmendará, en la otra vida, todo el daño que se pudiera haber ocasionado en esta efímera vida terrenal… ¡hombres de poca fe! 

Por su parte, el periodista y escritor católico, Vittorio Messori, señala que: “La Iglesia católica (con el consenso, por otro lado, de las ortodoxas y protestantes y exceptuando a algunas pequeñas sectas heréticas de los propios reformados) nunca ha negado que la autoridad legítima posea el poder de infligir la muerte como castigo. La propuesta de Inocencio III, confirmada por el Cuarto Concilio de Letrán de 1215, según la cual la autoridad civil «puede infligir sin pecado la pena de muerte, siempre que actúe motivada por la justicia y no por el odio y proceda a ella con prudencia y no indiscriminadamente» es materia de fide. Esta declaración dogmática confirma toda la tradición católica anterior y sintetiza la posterior. De hecho, hasta ahora no ha sido modificada por ninguna otra sentencia solemne del Magisterio”. 

Es necesario recordar que tras el surgimiento del Movimiento Humanista en los años setenta y la consolidación de la alcahuetería de los Derechos Humanos de los delincuentes, la iglesia (tanto católica, ortodoxa y protestante) se ha adherido convenientemente a la tesis abolicionista, olvidándose de las prescripciones bíblicas antes señaladas. Actualmente, la posición mayoritaria arguye a favor de la redención de lo irredimible, la expiación de los pecados por otros medios distintos de la muerte (¿acaso Jesús no nos dio un buen ejemplo al someterse voluntariamente a la pena de muerte que se le impuso?). 

Los seudohumanistas garantizan el derecho a la vida de quienes violan sin reparo los derechos fundamentales de otras personas (entiéndase sobre todo el derecho a la vida, a la integridad física y a la libertad e indemnidad sexual), por lo tanto, niega la legítima defensa de la sociedad (la de eliminar al elemento sumamente peligroso) y de este modo, el restablecimiento del orden social en general. 

A modo de conclusión, respecto al tema en boga, Tomás de Aquino ofrece una elucidación para los irreligiosos de la fe católica y protestante: «La muerte que se inflige como pena por los delitos realizados, levanta completamente el castigo por los mismos en la otra vida. La muerte natural, en cambio, no lo hace.» 

Los más de los creyentes (en su mayoría analfabetos bíblicos) deberían tener en cuenta estas apreciaciones antes de taparse los oídos y abrir la boca. Por su parte, los seudohumanistas (la mayoría de ellos cristianos convencidos) y su inagotable afán de protagonismo, deberían cavilar seriamente el asunto y dejar de decir perogrulladas como: la vida humana es inviolable, inalienable, imprescriptible… ¡Ojalá pudieran ver el manto de contradicción que los envuelve… pero no! La estulticia siempre les dará la “razón” y proclamarán a viva voz: “Nosotros somos los paladines de la moral y los Derechos Humanos; protegemos la vida humana del delincuente y resguardamos su inviolabilidad, aunque eso signifique sacrificar a miles de víctimas cada año. Nosotros, los seudohumanistas, consideramos aborrecible y peligrosa la pena de muerte. No nos podemos fiar de los jueces que, de forma irreversible, podrían condenar a muerte a algún inocente. Y, por último, creemos que nuestras conjeturas y generalizaciones son bastante plausibles”. 

Asumir una posición inflexible e indiferente con nuestra realidad es un acto nefasto que ningún movimiento hippie, ley moral o creencia religiosa pueden justificar. La oposición estúpida de los abolicionistas y de los irreligiosos de cualquier iglesia en contra de la pena de muerte, es una ignominiosa falta hacia la conciencia de la sociedad y un descarado irrespeto por las incontables víctimas que la delincuencia cobra cada día.

lunes, 29 de junio de 2015

LA GRAN CONQUISTA EN EE.UU.

 
El anhelo del matrimonio (cuyo único fin no es el de malparir) se hizo realidad para las personas homosexuales, al fin pudieron adquirir los derechos que les ha negado el Estado en contubernio de la Puta católica y la Puta protestante. ¿Ocurrirá lo mismo en este basural? Lo dudo. Mientras las susodichas putas tengan el poder político y el control de sus borregos esquilmados, la situación será perenne en nuestro país. Los negadores de la realidad son una plaga, no hay que ponernos de su lado por ningún motivo. Les dicen maricones a los homosexuales, pero no se dan cuenta de que son ellos los que se postran con el culo al aire, y exaltan afeminadamente a un Dios masculino todopoderoso. La homofobia tiene distintos grados, lamentablemente hay ateos y agnósticos (imbéciles) que forman parte de estas manifestaciones pueriles. Y la verdad, a mí ya me tienen harto con las cantaletas de que la adopción de parejas homosexuales es negativa y que el fin del matrimonio es la procreación. A estos "hijoputas" desinformados hay que practicarles una lobotomia prefrontal, no tenemos otra opción. ¿O por qué mejor no se suicidan y se van derechito a la gloria del macho superpoderoso para que los ponga a gozar de su reino a punta de reggaetón cristiano? Al fin y al cabo, este mundo terrenal lleno de pecadores no significa nada para los elegidos.

Tal vez para los creyentes irracionales esos niños estarían más seguros con un padre heterosexual violador, como los miles de casos que tenemos en el Perú cada año. Cabe decir que a la Iglesia no le canta el culo cuando se le imputan delitos de violación sexual de menores, pero sí cuando una pareja homosexual quiere adoptar a un niño abandonado por unos engendradores asquerosos. Dejen ya las etiquetas, ni ustedes ni su iglesia están capacitados para hablar sobre estos asuntos, ¿Y los especialistas? Tampoco. Muchos de ellos son creyentes llenos de prejuicios e imparten seudociencia: psicoanálisis. En los corazones de los fanáticos de toda índole se destila veneno y odio por las diferencias. Reprimidos y torturados, los feligreses de la Puta de Babilonia y de la Puta protestante, quieren que su vesania inspirada por un mamotreto atroz, se convierta en la regla que dirija la conducta humana. Niegan la realidad como ayer, ahora y siempre.

D.F.C.

P.D. Las estupideces no son opiniones legítimas, son solamente estupideces, y muchas veces peligrosas para la sociedad. La iglesia cristiana es una institución criminal que se ha encargado de difundir estupideces durante dos milenios. ¿Eres tú parte del problema? Si no es así, te invito a leer y compartir la buena nueva a través del siguiente enlace:


martes, 10 de febrero de 2015

CRISTIANISMO: EL COMUNISMO DE LA ANTIGÜEDAD


La doctrina cristiana implicaba una revolución social. En efecto, afirmaba por vez primera no que el alma existe (lo que no la hubiese hecho original), sino que todos poseen una idéntica al nacer. Los hombres de la cultura antigua, que si nacían en una religión era por nacer en una patria, tendían más bien a pensar que, al adoptar un comportamiento caracterizado por el rigor y el dominio sobre sí mismos, podría ocurrir que llegasen a forjarse un alma, pero que ésta era una suerte sin duda reservada a los mejores. La idea de que todos los hombres pudiesen ser gratificados con ella de un modo indiferente y por el solo hecho de existir les resultaba chocante. El cristianismo sostenía, por el contrario, que todo el mundo nacía con un alma, lo que equivalía a decir que los hombres nacían iguales ante Dios.

Por otra parte, en su rechazo del mundo, el cristianismo se presentaba como heredero de una vieja tradición bíblica de odio a los poderosos, de exaltación sistemática de los «humildes y los pobres» (anavim ébionim), cuyo triunfo y desquite sobre las civilizaciones inicuas y orgullosas habían anunciado profetas y salmistas. En el Libro de Enoc, muy divulgado en el siglo I en los medios cristianos (se le cita en las epístolas de Judas XV, 4, y de Bernabé: XV), se lee: «El Hijo del hombre hará levantar a los reyes y los poderosos de sus lechos y a los fuertes de sus sitiales; quebrará su fuerza... Derribará a los reyes de sus tronos y de su poder. Hará volver la cara a los fuertes, y los cubrirá de vergüenza...» (Enoc XLVI, 4-6). Jeremías se complace en imaginar a las futuras víctimas en forma de animales de matadero: «Sepáralos, ¡oh Yavé!, como ovejas para el matadero y resérvalos para el día de la matanza.» (Jer. XII,3.) A las mujeres de los poderosos, a las que llama «vacas de Basán» (Am. IV, I), Amós les predice: «Yavé ha jurado por su santidad: Vendrán días sobre vosotras en que os levantarán con anzuelos, ya vuestra descendencia con arpones de pesca.» (IV, 2). Los salmos esbozan el principio de la lucha de clases, y el mismo espíritu inspirará «a los primeros grupos de cristianos y más tarde a las órdenes monásticas» (A. Causse,op.cit.). «En el fondo, no hay en los salmos más que un solo tema –dice Isidore Loeb-, que es la lucha del pobre contra el malvado, y su triunfo final gracias a la protección de Dios, que ama al uno y detesta al otro.» (Littérature des pauvres dans la Bible).

El pobre es siempre víctima de una injusticia. Se le llama el Humilde, el Santo, el Justo, el Piadoso. Es desgraciado, presa de todos los males; está enfermo, inválido, solo, abandonado, relegado a un valle de lágrimas, riega su pan con lágrimas, etc. Pero soporta su dolor, lo busca incluso, porque sabe que tales pruebas son necesarias para su salvación, que cuanto más humillado sea más triunfará, cuanto más sufra más verá un día sufrir a otros. En cuanto al malvado, es rico, y su riqueza siempre es culpable. Es feliz, construye ciudades, desempeña funciones sociales preeminentes, manda los ejércitos; pero en la misma proporción en que domina será un día castigado. «Tal es el ideal social del profetismo judío -dice Gérard Walter-: una especie de nivelación general que hará desaparecer toda distinción de clase y conducirá a la creación de una sociedad uniforme, de la que estará proscrito todo privilegio, cualquiera que sea. Este sentimiento igualitario, llevado a sus últimos límites, va unido al de la animosidad irreductible contra los ricos y los poderosos, que no serán admitidos en el futuro reino. La humanidad ideal de los tiempos que se anuncian comprenderá a todos los justos sin distinción de credo ni nacionalidad.» (Les origines du communisme, Payot, 1931). El segundo libro de los Oráculos sibilinos pinta a la humanidad regenerada en una nueva Jerusalén bajo un régimen estrictamente comunista: «Y la tierra será común a todos, no habrá ya ni muros ni fronteras. Todos vivirán en común y la riqueza será inútil. Entonces ya no habrá ni pobres ni ricos, ni tiranos ni esclavos, ni grandes ni pequeños, ni reyes ni señores, sino que todos serán iguales.» (Or. sib. II, 320-326).

La armoniosa sociedad romana es declarada sin excepción culpable, pues su resistencia a las exigencias monoteístas, sus tradiciones, su modo de vida, son otras tantas ofensas a las leyes del socialismo celestial. Y como culpable, debe ser castigada; es decir, destruida. La literatura cristiana de los dos primeros siglos exhala, como una larga queja, su rosario de anatemas. Con febril impaciencia, los apóstoles predican la "hora de la venganza», «para que se cumplan todas las cosas que están escritas» (Lucas XXI, 22).

Anuncian, como lo harán tras ellos los padres de la Iglesia, la inminencia del desquite, de la «gran noche», en que todo quedará patas arriba. La epístola de Santiago contiene una llamada a la lucha de clases: «¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas y vuestras ropas están comidas por la polilla.» (V,1-2). Santiago, que ha leído el Libro de Enoc, anuncia terribles torturas a ricos y paganos. Imagina el juicio final como un «toque a degüello», «una especie de inmenso matadero al que serán arrastradas por millares las personas acomodadas, bien gordas y lucidas y con todas sus riquezas encima, y el júbilo le invade al saborear la perspectiva de verlos ir uno a uno devolviendo lo mal adquirido antes de pasar a alimentar con su grasa la formidable carnicería que entrevé en sueños» (Gérard Walter,op.cit.). Sobre todo, acusa a los ricos de deicidio: «Condenasteis y matasteis al Justo.» (V, 6.) Esta tesis, que hace a Jesús la víctima, no de un pueblo, sino de una clase, no tardará en hacerse popular. Tertuliano escribe: «Los tiempos están maduros para que Roma acabe entre las llamas. Va a recibir el salario que sus obras han merecido» (De la oración, 5). El Libro de Daniel, escrito entre 167 y 165 antes de nuestra era, y el Apocalipsis de san Juan son las dos grandes fuentes en que bebe este santo furor. San Hipólito (hacia 170-235), en su Comentario sobre Daniel, sitúa el fin de Roma hacia el año 500 y lo atribuye al auge de las democracias: «Los dedos de los pies de la estatua del sueño de Nabucodonosor representan las democracias que se avecinan, y que se separarán unas de otras como los diez dedos de la estatua, en los que el hierro estará mezclado con arcilla.» Hacia 407, san Jerónimo, en otro Comentario sobre Daniel, define el fin del mundo como «el tiempo en que el reino de los romanos deberá ser destruido». Otros autores repiten tales profecías: Eusebio, Apolinar, Metodio de Olimpo... El ardor revolucionario contra Roma, «ciudad maldita», «nueva Babilonia», «gran ramera», no conoce límites. La urbe es el último avatar de Leviatán y Behemot.

El Deuteronomio mandaba a los servicios de Dios degollar a las poblaciones incrédulas e incendiar sus ciudades en honor de Yavé, y Jesús había repetido la imagen: «El que en mí no permanece, será echado fuera como sarmiento que se seca, y lo recogen y lo echan al fuego y arde.» (Juan XV, 6). Y, en efecto, desde Roma hasta las hogueras de la Inquisición, es mucho lo que va a arder. La sagrada piromanía se ejercitará sin descanso. «Esta idea (que el mundo de los impíos será destruido por el fuego) -dice Bouché-Leclercq- la habían recibido los cristianos de los videntes judíos, de aquellos profetas y sibilistas que invocaban tan pronto al rayo como a la tea, al hierro como al fuego sobre las ciudades y los pueblos enemigos de Israel. Jamás la imaginación ha quemado tanto como en las profecías de Isaías y de Ezequiel, la más rica colección de anatemas que haya dado nunca la literatura religiosa.» «En esta opinión de un incendio general -añade Gibbon- la fe de los cristianos venía a coincidir con la tradición oriental (...).
[…]
El parentesco entre ambas coyunturas, el paralelo que tan a menudo se traza entre aquellas condiciones y las que hoy prevalecen, lo hace profundamente actual. Por la demás, son muchos los que admiten, con Louis Rougier, que «la ideología revolucionaria, el socialismo, la dictadura del proletariado, se derivan del pauperismo de los profetas de Israel. En la crítica de los abusos del antiguo régimen por los oradores de la Revolución, en el proceso al régimen capitalista por los comunistas de nuestros días, resuena el eco de las furibundas diatribas de Amós y Oseas contra la marcha de un mundo en el que la insolencia del rico oprime al justo y desuella al pobre; como resuenan también los ásperos vituperios de la literatura apocalíptica judía y cristiana contra la Roma imperial» (op. cit.).

A un Celso no le sería difícil identificar todavía hoy a «una nueva raza de hombres, nacidos ayer, sin patria ni tradiciones..., coligados contra todas las instituciones..., perseguidos por la justicia..., facciosos que pretenden hacer rancho aparte... y se glorían de la común execración». Otra vez, en el mundo occidental, unos fanatici, que a veces viven «en comunidad», verdaderos apátridas, hostiles a toda estructura ordenada, a toda ciencia, a toda jerarquía o frontera, a toda selección, se separan del mundo y denuncian a la «Babilonia» de los tiempos modernos. Al modo como las primeras comunidades cristianas proclamaban la abolición de todas las categorías naturales en beneficio exclusivo de la ecclesia de los creyentes, hoy se extiende un neocristianismo que anuncia el inminente advenimiento de una nueva parusía, de un mundo igualitario unificado por la superación de las «viejas querellas», la socialización del Amor y la huida hacia adelante en la demora de lo «social». El 30 de diciembre de 1973, el hermano Roger Schutz, prior de Taizé, declaraba: «Por encima de todo, tiene que haber Amor, porque el Amor es quien nos da unidad». El cristianismo antiguo rechazaba el mundo. La Iglesia de la época clásica distinguía el orden de lo alto del de aquí abajo. El neocristianismo, trasladando audazmente sus esperanzas seculares del cielo a la tierra, laiciza su teodicea. Ya no celebra las nupcias solemnes de los conversos con el Esposo místico, sino los desposorios de Cristo y la humanidad por intercesión del Espíritu universal del socialismo. También él rechaza el mundo, pero sólo el actual, afirmando que puede ser «cambiado», que debe sucederle otro y que la unión mesiánica de los «desfavorecidos» puede, mediante su inteligente intervención, realizar aquí abajo el viejo sueño de los profetas de la Biblia: detener la historia y hacer que desaparezcan injusticias, desigualdades y tensiones: «Hoy más que nunca, el espíritu griego, convertido en espíritu científico, y el espíritu mesiánico, transformado en espíritu revolucionario, se oponen de modo irreductible. La existencia de unos sectarios y fanáticos en frío a quienes la participación subjetiva en un cuerpo de verdades reveladas, en una gnosis, da, a sus propios ojos, derechos sobre todo y sobre todos, derecho a hacerlo todo y permitírselo todo, persiste en plantear una cuestión de vida o muerte a una sociedad que está al borde, no ya de la guerra de religión, sino de una forma cercana a esa plaga histórica: la guerra de civilización.» (Jules Monnerot, Sociologie de la révolution, Fayard, 1969).

Engels, que nos recuerda que, «como todos los grandes movimientos revolucionarios, el cristianismo fue obra de las masas populares», notó también el parentesco entre ambas doctrinas: la misma certidumbre mesiánica, la misma esperanza escatológica, la misma concepción de la verdad (bien percibida por O. Tillich), etc. En el cristianismo primitivo, ve «una fase totalmente nueva de la evolución religiosa, llamada a convertirse en uno de los elementos más revolucionarios de la historia del espíritu humano» («Contribution a l'histoire du christianisme primitif», en Marx y Engels, Sur la religion, selección de textos, Ed. Sociales, 1960)

El Evangelio (la pastoral) se separa cada vez más de la Iglesia (la dogmática). Pero se trata de una simple repetición: se tiende a hacer volver a los católicos a las condiciones «revolucionarias» en y por las que fue creado el cristianismo primitivo. De ahí el interés de la ojeada histórica que, mostrándonos lo que ocurrió, nos dice al mismo tiempo lo que nos espera.

Alain de Benoist

jueves, 5 de febrero de 2015

SOBRE EL SENTIMIENTO DE PECADO Y LA FELICIDAD ESPURIA



No se resigne a ser una criatura vacilante, que oscila entre la razón y las tonterías infantiles. No tenga miedo de ser irreverente con el recuerdo de los que controlaron su infancia. Entonces le parecieron fuertes y sabios porque usted era débil e ignorante; ahora que ya no es ninguna de las dos cosas, le corresponde examinar su aparente fuerza y sabiduría, considerar si merecen esa reverencia que, por la fuerza de la costumbre, todavía les concede. Pregúntese seriamente si el mundo ha mejorado gracias a la enseñanza moral que tradicionalmente se da a la juventud. Considere la cantidad de pura superstición que contribuye a la formación del hombre convencionalmente virtuoso y piense que, mientras se nos trataba de proteger contra toda clase de peligros morales imaginarios a base de prohibiciones increíblemente estúpidas, prácticamente ni se mencionaban los verdaderos peligros morales a los que se expone un adulto.

¿Cuáles son los actos verdaderamente perniciosos a los que se ve tentado un hombre corriente? Las triquiñuelas en los negocios, siempre que no estén prohibidas por la ley, la dureza en el trato a los empleados, la crueldad con la esposa y los hijos, la malevolencia para con los competidores, la ferocidad en los conflictos políticos... estos son los pecados verdaderamente dañinos más comunes entre los ciudadanos respetables y respetados. Por medio de estos pecados, el hombre siembra miseria en su entorno inmediato y pone su parte en la destrucción de la civilización. Sin embargo, no son estas las cosas que, cuando está enfermo, le hacen considerarse un paria que ha perdido todo derecho a la gracia divina. No son estas las cosas que le provocan pesadillas en las que ve visiones de su madre dirigiéndole miradas de reproche. ¿Por qué su moralidad subconsciente está tan divorciada de la razón? Porque la ética en que creían los que le guiaron en su infancia era una tontería; porque no estaba basada en ningún estudio de los deberes del individuo para con la comunidad; porque estaba compuesta por viejos residuos de tabúes irracionales; y porque contenía en sí misma elementos morbosos derivados de la enfermedad espiritual que aquejó al moribundo imperio romano. Nuestra moral oficial ha sido formulada por sacerdotes y por mujeres mentalmente esclavizados. Ya va siendo hora de que los hombres que van a participar normalmente en la vida normal del mundo aprendan a rebelarse contra esta idiotez enfermiza.

Pero para que la rebelión tenga éxito, para que aporte felicidad a los individuos y les permita vivir consistentemente siguiendo un criterio, y no vacilando entre dos, es necesario que el individuo piense y sienta a fondo lo que su razón le dice. La mayoría de los hombres, cuando han rechazado superficialmente las supersticiones de su infancia, creen que ya no les queda nada más que hacer. No se dan cuenta de que esas supersticiones siguen aún acechando bajo el suelo. Cuando se llega a una convicción racional, es necesario hacer hincapié en ella, aceptar sus consecuencias, buscar dentro de uno mismo por si aún quedaran creencias inconsistentes con la nueva convicción; y cuando el sentimiento de pecado cobra fuerza, como ocurre de vez en cuando, no hay que tratarlo como si fuera una revelación y una llamada a cosas más elevadas, sino como una enfermedad y una debilidad, a menos, por supuesto, que esté ocasionado por un acto condenable por la ética racional. No estoy sugiriendo que el hombre deba renunciar a la moral; lo único que digo es que debe renunciar a la moral supersticiosa, que es una cosa muy diferente.

Pero incluso cuando un hombre ha infringido su propio código racional, no creo que el sentimiento de pecado sea el mejor método para acceder a un modo de vida mejor. El sentimiento de pecado tiene algo de abyecto, algo que atenta contra el respeto a uno mismo. Y nadie ha ganado nunca nada perdiendo el respeto a sí mismo. El hombre racional ve sus propios actos indeseables igual que ve los de los demás como actos provocados por determinadas circunstancias y que deben evitarse, bien por el pleno conocimiento de que son indeseables, o bien, cuando es posible, evitando las circunstancias que los ocasionaron.

A decir verdad, el sentimiento de pecado, lejos de contribuir a una vida mejor, hace justamente lo contrario. Hace desdichado al hombre y le hace sentirse inferior. Al ser desdichado, es probable que tienda a quejarse en exceso de otras personas, lo cual le impide disfrutar de la felicidad en las relaciones personales. Al sentirse inferior, tendrá resentimientos contra los que parecen superiores. Le resultará difícil sentir admiración y fácil sentir envidia. Se irá convirtiendo en una persona desagradable en términos generales y cada vez se encontrará más solo.
[...]
No existe nada tan perjudicial, no solo para la felicidad sino para la eficiencia, como una personalidad dividida y enfrentada a sí misma. El tiempo dedicado a crear armonía entre las diferentes partes de la personalidad es tiempo bien empleado. No estoy diciendo que haya que dedicar, por ejemplo, una hora diaria al autoexamen. En mi opinión, este no es el mejor método, ni mucho menos, ya que aumenta la concentración en uno mismo, que forma parte de la enfermedad que se quiere curar, ya que una personalidad armoniosa se proyecta hacia el exterior. Lo que sugiero es que cada uno decida con firmeza qué es lo que cree racionalmente, y no permita nunca que las creencias irracionales se cuelen sin resistencia o se apoderen de él, aunque sea por muy poco tiempo. Es cuestión de razonar con uno mismo en esos momentos en que uno se siente tentado a ponerse infantil; pero el razonamiento, si es suficientemente enérgico, puede ser muy breve. Así pues, el tiempo dedicado a ello puede ser mínimo.

El odio a la razón, tan común en nuestra época, se debe en gran parte al hecho de que el funcionamiento de la razón no se concibe de un modo suficientemente fundamental. El hombre dividido y enfrentado a sí mismo busca excitación y distracción; le atraen las pasiones fuertes, pero no por razones sólidas sino porque de momento le sacan fuera de sí mismo y le evitan la dolorosa necesidad de pensar. Para él, toda pasión es una forma de intoxicación, y como no es capaz de concebir la felicidad fundamental, le parece que la única manera de aliviar el dolor es la intoxicación. Sin embargo, este es un síntoma de una enfermedad muy arraigada. Cuando esta enfermedad no existe, la mayor felicidad se deriva del completo dominio de las propias facultades. Los gozos más intensos se experimentan en los momentos en que la mente está más activa y se olvidan menos cosas. De hecho, esta es una de las mejores piedras de toque de la felicidad. La felicidad que requiere intoxicación, sea del tipo que sea, es espuria y no satisface. La felicidad auténticamente satisfactoria va acompañada del pleno ejercicio de nuestras facultades y de la plena comprensión del mundo en que vivimos.

Bertrand Russel, La conquista de la felicidad.

sábado, 24 de enero de 2015

FUNDAMENTALISMO RELIGIOSO Y LAICIDAD DE ESTADO



“Hay que acabar con las falacias a las que se agarran los charlatanes […] para defender su presencia en los medios de comunicación y para no ser objeto de chanzas, la principal de las cuales es argüir que todas las ideas son respetables y tienen el mismo derecho a ser defendidas. No, no es verdad. No todas las ideas son respetables. Las idioteces no son respetables; son idioteces. Y, a veces, peligrosas”. (El Escéptico N° 01, 1998)

En nuestro país, hoy existe un problema esencial que a muy pocos interesa, y no me refiero a la decadencia del fútbol peruano, que, con franqueza, a nadie debería importarle. En esta ocasión, trataré brevemente el problema del fundamentalismo religioso, el cual, no solo se ejerce desde las iglesias, templos, monasterios y demás yerbas, sino también desde el propio Estado en detrimento de la laicidad y la libertad individual.

“En América latina el Estado teocrático se transformó con el inicio de la república, en Estado clerical. La iglesia católica con el control hegemónico de hospitales, albergues, cementerios, escuelas, hospicios y universidades, le negó al flamante Estado independiente estas competencias naturales. Desde la Constitución de 1823, parlamentaria y liberal, el Estado no pudo sino rendirse al poder intolerante de la institución confesional […]”. (Chanamé, 2010)

Este es un asunto de primer orden que afecta enormemente el desarrollo de nuestra nación y, por ende, la vida de millones de personas. La oposición ignominiosa al aborto es un ejemplo de ello. El poder legislativo ni siquiera se molestaría en tratar un asunto tan “escabroso” como este, es por eso que los proyectos para la despenalización del aborto jamás verán la luz. Además, sabemos bastante bien cómo funciona el control constitucional de las leyes en nuestro país, no es más que un simple asunto de opinión pública, es decir, la tiranía de las masas sobre el individuo. Lamentablemente, apenas se balbucea la despenalización del aborto en casos de violación sexual, un tema que ni siquiera debería deliberarse, ya que la legalización es la única alternativa posible; sin embargo, la tozuda oposición de los fundamentalistas religiosos y seudohumanistas hace inviable cualquier tentativa de regulación legal, y, eso no es todo, los susodichos representantes de Dios en la Tierra y de los “Derechos Humanos” consideran inconstitucional y pecaminoso el aborto terapéutico (cuando es el único medio para salvar la vida de la gestante o para evitar en su salud un mal grave y permanente); ¡por supuesto!, es mejor dos almitas para el reino de Dios que solo una. He allí la misericordia de los paladines del derecho a la vida.

Las muchedumbres religiosas (fundamentalistas), que, con biblia en mano andan maldiciendo de la libertad, no tienen límites; están aquí, allá y acullá. Ora despotricando contra la ciencia, ora despotricando contra los derechos fundamentales del individuo. Dicen que su reino no es de este mundo, pero buscan el poder terrenal a toda costa. Sobre este punto, Fernando Savater refiere que: “Para la Iglesia persecución es que le quiten el derecho a decir la última palabra. La religión como derecho debe ser respetada pero como deber no puede serlo. Es incompatible con la democracia. En los países en que la religión es un deber no pueden convivir distintas iglesias, no puede haber tolerancia religiosa”.

Los fundamentalistas se arrogan el derecho de intervenir en la vida privada de su prójimo, juzgando y sojuzgando la libertad de las personas, se autoproclaman atalayas de Dios Padre Todopoderoso y profieren frases copiadas y sobrevaloradas como: “Creo que si los países ricos permiten el aborto, son los más pobres y necesitan que recemos por ellos porque han legalizado el homicidio”. “El aborto daña a Dios, porque él nos ha creado según su imagen y semejanza”.

Al respecto, Fernando Savater señala: “Para que la religión sea vista como un derecho no solo es necesario la tolerancia del poder, sino también que el individuo renuncie a la religión como centro de la sociedad. La diferencia entre un fanático y un religioso, es que para el fanático la religión no es un derecho sino un deber para él y para todos los demás. Y además él considera que tiene el deber de hacer que los demás cumplan ese deber”. Asimismo, el mencionado autor agrega: “La religión tiene derecho a decir qué es pecado pero no a decir qué es delito. Tampoco es lógico que diga, por ejemplo, que la homosexualidad es una enfermedad. Eso deben decirlo los médicos que son los que entienden de esos temas”.

Es evidente que no podemos hacer nada si tenemos un Estado que se dice laico, pero que en realidad es abiertamente confesional. No podemos obligar a nadie a leer algún libro de embriología clínica para que comprenda el desarrollo del ser humano, pero sí podemos exigir que se garantice y respete nuestra libertad de elegir sobre nuestras propias vidas. Tengamos la humildad de decir que este no es un asunto que le compete a usted, simple mortal; tal vez a Dios sí, pero esa es una cuestión que se discutirá en el más allá, no en el más acá.

La lección moral que todos deberíamos haber aprendido es que, los atavismos religiosos, no deben sobrepasar la esfera personal de cada individuo. 

El establecimiento de un Estado laico y democrático, es fundamental en toda sociedad organizada. 

El aborto debe ser despenalizado y deberíamos seguir el modelo español (u otro mejor) de la Ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. ¿O qué? ¿Acaso usted va a sobrellevar tan pesada carga durante nueve largos meses, acompañados de náuseas, mareos, dolores, hemorroides, hinchazón, estreñimiento, etc.? ¿Acaso usted verá frustrado su proyecto de vida? ¿Usted, su iglesia o su institución “provida”se harán cargo de los innumerables gastos prenatales, posnatales y de alimentos? ¿Usted, su iglesia o su institución “provida” se encargarán de adoptar a todos estos infantes y darles una vida digna? Y por último, ¿cree usted que su fundamentalismo impedirá que se sigan practicando abortos clandestinos?

El problema de la desregulación del aborto tiene su raíz en el sentimiento irracional y subjetivo de las masas fundamentalistas. Los derechos individuales solo son derechos si triunfan frente a la opresión del gobierno y la mayoría. Dejar a la discrecionalidad de las masas fundamentalistas una cuestión de derechos, significa no tomarse en serio los derechos. ¿Estamos de acuerdo? Bien, supongamos que está legalizado el aborto, usted no ha tenido conocimiento de ninguna práctica abortiva hasta que su vecina le cuenta sobre algún caso. De seguro se indignará y le rezará a Diosito más tarde, pero ¿de qué modo afectaría aquello en su vida? Es muy probable que lo haya olvidado durante el fin de semana cuando vaya a divertirse con sus amigos a la discoteca. No será una cruz que cargará por toda su existencia. Mi consejo es: “Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même”.

Quiero concluir, citando parte de una sentencia del Tribunal constitucional peruano:

El “Estado Constitucional de Derecho resguarda que el forjamiento de la propia conciencia no conlleve perturbación o imposición de ningún orden, ni siquiera de aquellos postulados éticos o morales que cuenten con el más contundente y mayoritario apoyo social, pues justamente, una condición intrínseca al ideal democrático lo constituye el garantizar el respeto de los valores e ideas de la minoría”. (Exp. N° 0895-2001-AA/TC, f.j. 3)