"UN BLOG PARA TODOS Y PARA NADIE

Bienvenidos:

Este es un blog dedicado a mí mismo, poco me importa si leen o no mis publicaciones. "Yo soy pretil junto a la corriente. ¡Agárreme el que pueda! Pero yo no soy vuestra muleta".

Sepan que he invertido cierta parte de mi tiempo en elaborar las publicaciones de este blog y si le sirve de provecho a alguien, ¡enhorabuena!

Los creyentes fanáticos e intolerantes no son bienvenidos en este lugar, vayan a arrojar sus inmundicias a otra parte (tampoco responderé a sus tonterías), pues yo "sé que me cortaron las alas, mas eso no me impedirá elevarme por encima del cielo".

Los predicadores de cualquier índole religiosa, son mis enemigos, y con esto no me refiero a las víctimas de la religión ni a los cristianos liberados, quienes creen en dios según su capricho; tampoco a los que no leen o interpretan las "sagradas" escrituras según su conveniencia. Tengo aún menos consideración por quienes asisten a "retiros espirituales" y "misas" con el único fin de "evangeligar". Estos no son mis enemigos, a lo mucho son comediantes de la "divinidad".

Recomiendo a mi reducido número de lectores un poco de paciencia, ya que encontrarán algunas publicaciones extensas. "¡No arrojes al héroe que hay en tu alma! ¡Conserva santa tu más alta esperanza!"

Por último, quiero proclamar, en nombre del conjunto gregario humano, lo siguiente:

"Creo en la redención de la humanidad: la detonación de la bomba del juicio final".

jueves, 5 de febrero de 2015

SOBRE EL SENTIMIENTO DE PECADO Y LA FELICIDAD ESPURIA



No se resigne a ser una criatura vacilante, que oscila entre la razón y las tonterías infantiles. No tenga miedo de ser irreverente con el recuerdo de los que controlaron su infancia. Entonces le parecieron fuertes y sabios porque usted era débil e ignorante; ahora que ya no es ninguna de las dos cosas, le corresponde examinar su aparente fuerza y sabiduría, considerar si merecen esa reverencia que, por la fuerza de la costumbre, todavía les concede. Pregúntese seriamente si el mundo ha mejorado gracias a la enseñanza moral que tradicionalmente se da a la juventud. Considere la cantidad de pura superstición que contribuye a la formación del hombre convencionalmente virtuoso y piense que, mientras se nos trataba de proteger contra toda clase de peligros morales imaginarios a base de prohibiciones increíblemente estúpidas, prácticamente ni se mencionaban los verdaderos peligros morales a los que se expone un adulto.

¿Cuáles son los actos verdaderamente perniciosos a los que se ve tentado un hombre corriente? Las triquiñuelas en los negocios, siempre que no estén prohibidas por la ley, la dureza en el trato a los empleados, la crueldad con la esposa y los hijos, la malevolencia para con los competidores, la ferocidad en los conflictos políticos... estos son los pecados verdaderamente dañinos más comunes entre los ciudadanos respetables y respetados. Por medio de estos pecados, el hombre siembra miseria en su entorno inmediato y pone su parte en la destrucción de la civilización. Sin embargo, no son estas las cosas que, cuando está enfermo, le hacen considerarse un paria que ha perdido todo derecho a la gracia divina. No son estas las cosas que le provocan pesadillas en las que ve visiones de su madre dirigiéndole miradas de reproche. ¿Por qué su moralidad subconsciente está tan divorciada de la razón? Porque la ética en que creían los que le guiaron en su infancia era una tontería; porque no estaba basada en ningún estudio de los deberes del individuo para con la comunidad; porque estaba compuesta por viejos residuos de tabúes irracionales; y porque contenía en sí misma elementos morbosos derivados de la enfermedad espiritual que aquejó al moribundo imperio romano. Nuestra moral oficial ha sido formulada por sacerdotes y por mujeres mentalmente esclavizados. Ya va siendo hora de que los hombres que van a participar normalmente en la vida normal del mundo aprendan a rebelarse contra esta idiotez enfermiza.

Pero para que la rebelión tenga éxito, para que aporte felicidad a los individuos y les permita vivir consistentemente siguiendo un criterio, y no vacilando entre dos, es necesario que el individuo piense y sienta a fondo lo que su razón le dice. La mayoría de los hombres, cuando han rechazado superficialmente las supersticiones de su infancia, creen que ya no les queda nada más que hacer. No se dan cuenta de que esas supersticiones siguen aún acechando bajo el suelo. Cuando se llega a una convicción racional, es necesario hacer hincapié en ella, aceptar sus consecuencias, buscar dentro de uno mismo por si aún quedaran creencias inconsistentes con la nueva convicción; y cuando el sentimiento de pecado cobra fuerza, como ocurre de vez en cuando, no hay que tratarlo como si fuera una revelación y una llamada a cosas más elevadas, sino como una enfermedad y una debilidad, a menos, por supuesto, que esté ocasionado por un acto condenable por la ética racional. No estoy sugiriendo que el hombre deba renunciar a la moral; lo único que digo es que debe renunciar a la moral supersticiosa, que es una cosa muy diferente.

Pero incluso cuando un hombre ha infringido su propio código racional, no creo que el sentimiento de pecado sea el mejor método para acceder a un modo de vida mejor. El sentimiento de pecado tiene algo de abyecto, algo que atenta contra el respeto a uno mismo. Y nadie ha ganado nunca nada perdiendo el respeto a sí mismo. El hombre racional ve sus propios actos indeseables igual que ve los de los demás como actos provocados por determinadas circunstancias y que deben evitarse, bien por el pleno conocimiento de que son indeseables, o bien, cuando es posible, evitando las circunstancias que los ocasionaron.

A decir verdad, el sentimiento de pecado, lejos de contribuir a una vida mejor, hace justamente lo contrario. Hace desdichado al hombre y le hace sentirse inferior. Al ser desdichado, es probable que tienda a quejarse en exceso de otras personas, lo cual le impide disfrutar de la felicidad en las relaciones personales. Al sentirse inferior, tendrá resentimientos contra los que parecen superiores. Le resultará difícil sentir admiración y fácil sentir envidia. Se irá convirtiendo en una persona desagradable en términos generales y cada vez se encontrará más solo.
[...]
No existe nada tan perjudicial, no solo para la felicidad sino para la eficiencia, como una personalidad dividida y enfrentada a sí misma. El tiempo dedicado a crear armonía entre las diferentes partes de la personalidad es tiempo bien empleado. No estoy diciendo que haya que dedicar, por ejemplo, una hora diaria al autoexamen. En mi opinión, este no es el mejor método, ni mucho menos, ya que aumenta la concentración en uno mismo, que forma parte de la enfermedad que se quiere curar, ya que una personalidad armoniosa se proyecta hacia el exterior. Lo que sugiero es que cada uno decida con firmeza qué es lo que cree racionalmente, y no permita nunca que las creencias irracionales se cuelen sin resistencia o se apoderen de él, aunque sea por muy poco tiempo. Es cuestión de razonar con uno mismo en esos momentos en que uno se siente tentado a ponerse infantil; pero el razonamiento, si es suficientemente enérgico, puede ser muy breve. Así pues, el tiempo dedicado a ello puede ser mínimo.

El odio a la razón, tan común en nuestra época, se debe en gran parte al hecho de que el funcionamiento de la razón no se concibe de un modo suficientemente fundamental. El hombre dividido y enfrentado a sí mismo busca excitación y distracción; le atraen las pasiones fuertes, pero no por razones sólidas sino porque de momento le sacan fuera de sí mismo y le evitan la dolorosa necesidad de pensar. Para él, toda pasión es una forma de intoxicación, y como no es capaz de concebir la felicidad fundamental, le parece que la única manera de aliviar el dolor es la intoxicación. Sin embargo, este es un síntoma de una enfermedad muy arraigada. Cuando esta enfermedad no existe, la mayor felicidad se deriva del completo dominio de las propias facultades. Los gozos más intensos se experimentan en los momentos en que la mente está más activa y se olvidan menos cosas. De hecho, esta es una de las mejores piedras de toque de la felicidad. La felicidad que requiere intoxicación, sea del tipo que sea, es espuria y no satisface. La felicidad auténticamente satisfactoria va acompañada del pleno ejercicio de nuestras facultades y de la plena comprensión del mundo en que vivimos.

Bertrand Russel, La conquista de la felicidad.

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