Tanto los individuos como los
pueblos de espíritu perezoso - y cabe pereza espiritual con muy fecundas
actividades de orden económico y de otros órdenes análogos - propenden
al dogmatismo, sépanlo o no lo sepan, quiéranlo o no, proponiéndose o
sin proponérselo. La pereza espiritual huye de la posición crítica o
escéptica.
Escéptica digo, pero tomando la voz escepticismo en su
sentido etimológico y filosófico, porque escéptico no quiere decir el
que duda, sino el que investiga o rebusca, por oposición al que afirma y
cree haber hallado. Hay quien escudriña un problema y hay quien nos da
una fórmula, acertada o no, como solución de él.
[...]
Los
hombres que sostienen que de no creer en el castigo eterno del infierno
serían malos, creo, en honor de ellos, que se equivocan. Si dejaran de
creer en una sanción de ultratumbas no por eso se harían peores, sino
que entonces buscarían otra justificación ideal a su conducta. El que
siendo bueno cree en un orden trascendente, no tanto es bueno por creer
en él cuanto que cree en él por ser bueno. Proposición ésta que habrá de
parecer oscura o enrevesada, estoy de ello cierto, a los preguntones de
espíritu perezoso.
Y bien, se me dirá, "¿Cuál es tu religión?" Y
yo responderé: mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en
la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva;
mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi
religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la
noche, como dicen que con Él luchó Jacob. No puedo transigir con
aquello del Inconocible - o Incognoscible, como escriben los pedantes -
ni con aquello otro de "de aquí no pasarás". Rechazo el eterno
ignorabimus. Y en todo caso, quiero trepar a lo inaccesible.
"Sed
perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto", nos
dijo el Cristo, y semejante ideal de perfección es, sin duda,
inasequible. Pero nos puso lo inasequible como meta y término de
nuestros esfuerzos. Y ello ocurrió, dicen los teólogos, con la gracia. Y
yo quiero pelear mi pelea sin cuidarme de la victoria. ¿No hay
ejércitos y aun pueblos que van a una derrota segura? ¿No elogiamos a
los que se dejaron matar peleando antes que rendirse? Pues ésta es mi
religión.
Ésos, los que me dirigen esa pregunta, quieren que les
dé un dogma, una solución en que pueda descansar el espíritu en su
pereza. Y ni esto quieren, sino que buscan poder encasillarme y meterme
en uno de los cuadriculados en que colocan a los espíritus, diciendo de
mi: es luterano, es calvinista, es católico, es ateo, es racionalista,
es místico, o cualquier otro de estos motes, cuyo sentido claro
desconocen, pero que les dispensa de pensar más. Y yo no quiero dejarme
encasillar, porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que
aspire a conciencia plena, soy una especie única. "No hay enfermedades,
sino enfermos", suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay
opiniones, sino opinantes.
[...]
De lo que huyo, repito,
como de la peste, es de que me clasifiquen, y quiero morirme oyendo
preguntar de mí a los holgazanes de espíritu que se paren alguna vez a
oírme: "Y este señor, ¿qué es?" Los liberales o progresistas tontos me
tendrán por reaccionario y acaso por místico, sin saber, por supuesto,
lo que esto quiere decir, y los conservadores y reaccionarios tontos me
tendrán por una especie de anarquista espiritual, y unos y otros, por un
pobre señor afanoso de singularizarse y de pasar por original y cuya
cabeza es una olla de grillos. Pero nadie debe cuidarse de lo que
piensen de él los tontos, sean progresistas o conservadores, liberales o
reaccionarios.
Y como el hombre es terco y no suele querer
enterarse y acostumbra después que se le ha sermoneado cuatro horas a
volver a las andadas, los preguntones, si leen esto, volverán a
preguntarme: "Bueno; pero ¿qué soluciones traes?" Y yo, para concluir,
les diré que si quieren soluciones, acudan a la tienda de enfrente,
porque en la mía no se vende semejante artículo. Mi empeño ha sido, es y
será que los que me lean, piensen y mediten en las cosas fundamentales,
y no ha sido nunca el de darles pensamientos hechos. Yo he buscado
siempre agitar, y, a lo sumo, sugerir, más que instruir. Si yo vendo
pan, no es pan, sino levadura o fermento.
Hay amigos, y buenos
amigos, que me aconsejan me deje de esta labor y me recoja a hacer lo
que llaman una obra objetiva, algo que sea, dicen, definitivo, algo de
construcción, algo duradero. Quieren decir algo dogmático. Me declaro
incapaz de ello y reclamo mi libertad, mi santa libertad, hasta la de
contradecirme, si llega el caso. Yo no sé si algo de lo que he hecho o
de lo que haga en lo sucesivo habrá de quedar por años o por siglos
después que me muera; pero sé que si se da un golpe en el mar sin
orillas las ondas en derredor van sin cesar, aunque debilitándose.
Agitar es algo. Si merced a esa agitación viene detrás otro que haga
algo duradero, en ello durará mi obra.
Es obra de misericordia
suprema despertar al dormido y sacudir al parado, y es obra de suprema
piedad religiosa buscar la verdad en todo y descubrir dondequiera el
dolo, la necedad y la inepcia.
Miguel de Unamuno, Mi religión.
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