«Angustiado estoy por ti, ¡oh Jonatán, hermano mío! Me eras carísimo. Y tu amor era para mí dulcísimo, más que el amor de las mujeres». Elegía del rey David por Jonatán (2 Sam 1, 26)
La Iglesia, en su documento titulado Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, aprobado en 1986 por el papa Wojtyla y firmado por el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), condena tajantemente no sólo la práctica homosexual sino también su mera inclinación.
La condena está hecha con evidente irracionalidad y cae de lleno en lo acientífico y anticonstitucional cuando afirma lo que sigue: "el homosexual manifiesta una ideología materialista que niega la naturaleza trascendente de la persona humana, como también la vocación sobrenatural de todo individuo"; "la práctica de la homosexualidad amenaza seriamente la vida y el bienestar de un gran número de personas"; "la homosexualidad pone seriamente en peligro la naturaleza y los derechos de la familia"; "la actividad homosexual impide la propia realización y felicidad, porque es contraria a la sabiduría creadora de Dios" y un largo etcétera de afirmaciones de parecido tenor, que llegan al despropósito de señalar que, cuando la «actividad homosexual es tomada por buena», nadie puede extrañarse de que "aumenten los comportamientos irracionales y violentos"...
La profunda y venenosa visceralidad con que los jerarcas de la Iglesia Católica abordan la cuestión de la homosexualidad contrasta significativamente, sin embargo, con el gran número de homosexuales que hubo, hay y habrá entre el clero católico. El que la Iglesia denominó crimen pessimum, es un comportamiento sexual muy querido para una cuarta parte o más de los sacerdotes.
Valorar la cifra de curas homosexuales no resulta fácil, pero es de destacar la proximidad de los porcentajes —siempre muy elevados— que ofrecen todos los que han estudiado este tema. En diferentes estudios clínicos o sociológicos se citan índices de homosexualidad que oscilan entre el 30% y el 50% del clero católico. Porcentajes que son equiparables a los detectados en iglesias hermanas como pueda ser, por ejemplo, la Iglesia de Inglaterra, en la que, según un estudio realizado entre el clero de la zona de Londres, un 40% del total de sus ministros son homosexuales.
En una investigación realizada por la propia Iglesia Católica en la diócesis canadiense de San Juan de Terranova, en 1990, se llegó a la conclusión de que el 30% de los curas de la misma eran homosexuales (y también demostró que su arzobispo Alphonsus Penney, que fue forzado a dimitir, había encubierto los abusos homosexuales cometidos por más de veinte sacerdotes sobre unos cincuenta menores, alumnos de un colegio de esa ciudad).
Hubertus Mynarek, teólogo y psicólogo, apunta que «un cálculo por encima (sobre la base de los casos que me son conocidos), a la vista de la tendencia dominante hacia el mismo sexo entre los sacerdotes católicos, indica que aproximadamente una tercera parte [33%] de ellos son principal o exclusivamente homofílicos u homosexuales».
Michael Sipe, sociólogo y psicólogo, afirma —en su libro. En busca del celibato— que el 20% de los sacerdotes católicos norteamericanos son homosexuales, y que la mitad de ellos son activos. En Estados Unidos, en 1990 ya se conocían más de treinta casos de sacerdotes homosexuales que habían fallecido a causa del sida.
Los datos recogidos durante la investigación realizada para escribir este libro me inclinan a valorar también en alrededor de un 20% del total el porcentaje de sacerdotes que han mantenido o mantienen algún tipo de relación homosexual, ya sea ésta habitual o esporádica, o realizada como actividad sexual excluyente o complementaria. Y, de ellos, en torno a un 12% serían estrictamente homosexuales (con tendencia exclusiva a mantener relaciones sexuales sólo con varones, ya sean éstos mayores o menores de edad).
Si tenemos en cuenta que, entre la población en general, la media de varones con tendencia exclusiva hacia la homosexualidad se cifra entre un 4% y un 6% del total, los porcentajes estimados para el clero son anormalmente altos, aunque no por ello injustificados ni difíciles de explicar.
Tres bloques de elementos pueden justificar, en buena medida, la razón por la cual entre el clero católico existe el doble o el triple de homosexuales que entre el resto de la sociedad. A saber:
1) Las circunstancias estructurales de la propia Iglesia Católica [...], que inciden sobre la formación de los sacerdotes potenciando estructuras de personalidad inmaduras, problemas de definición psico-sexual, limitaciones serias para poder entablar relaciones normalizadas de confianza y afecto con figuras femeninas, etc..
2) Los conflictos de personalidad derivados del crecimiento en el seno de familias católicas muy represoras, moralistas y culpabilizadoras (con especial incidencia negativa del apego psicopatológico a un cierto perfil de madre...).
3) El aislamiento físico y emocional en un universo de varones donde la mujer y lo femenino son satanizados, mientras que todo lo masculino resulta glorificado (dios - padre), y donde no hay otra posibilidad para la gratificación de la dimensión afectiva y erótica que la relación, en cualquier grado de intensidad, con los compañeros varones.
«El enemigo número uno en la formación eclesiástica del sacerdote —mantiene el teólogo Hubertus Mynarek— es y continúa siendo la "mujer". No resulta extraño que algunos candidatos al sacerdocio busquen y encuentren una salida en los contactos con personas del mismo sexo. En esto debemos tener en cuenta la siguiente diferencia: hay jóvenes con una caracterizada tendencia homofílica, que precisamente ingresan en el seminario sacerdotal porque, desde el principio, sospechan de la existencia allí de gran número de jóvenes con sus mismas inclinaciones. Los internados, seminarios, conventos y prisiones son lugares privilegiados para contactos con personas del mismo sexo, en el más amplio sentido de la palabra. Otra categoría la forman aquellos jóvenes que son de tendencia heterosexual, pero para quienes la homofilia y la homosexualidad se convierten en una válvula de sustitución para la relación con el otro sexo, reprimida y prohibida por parte de la Iglesia».
No parece desacertada la apreciación de Mynarek cuando afirma que algunos jóvenes católicos ya homosexuales acuden al seminario en busca de iguales; pero probablemente sería más exacto hablar de jóvenes católicos pusilánimes y afeminados que, moldeados por una madre castradora y presionados —por esa razón— por un entorno machista, acaban por encontrar un refugio en un ambiente clerical, protector y varonil, que, con el tiempo, le generará definitivamente su orientación homosexual.
La discreción a la que se debe el sacerdote homosexual —muy superior a la que deben observar sus compañeros que se acuestan con mujeres—, la presión culpabilizadora que recibe desde la doctrina católica y la amenaza del siempre potestativo castigo canónico hacen de esos curas, en general, personas más angustiadas y cargadas de neurosis.
La presión ejercida desde la propia jerarquía católica más la marginación social que todavía estigmatiza al homosexual hacen que esos sacerdotes se vean forzados a menudo a buscar su satisfacción erótica abusando de menores. Este es un dato que, si bien no exculpa al cura que abusa de un menor, sí debe servir para entender mejor los motivos que le llevaron a cometer tal delito; y, también, para extender la responsabilidad moral de tan reprobable acto hasta la propia cúpula eclesiástica, que mantiene a ultranza un sistema represor perjudicial para todos.
Pepe Rodriguez - "La Vida Sexual del Clero"