"UN BLOG PARA TODOS Y PARA NADIE

Bienvenidos:

Este es un blog dedicado a mí mismo, poco me importa si leen o no mis publicaciones. "Yo soy pretil junto a la corriente. ¡Agárreme el que pueda! Pero yo no soy vuestra muleta".

Sepan que he invertido cierta parte de mi tiempo en elaborar las publicaciones de este blog y si le sirve de provecho a alguien, ¡enhorabuena!

Los creyentes fanáticos e intolerantes no son bienvenidos en este lugar, vayan a arrojar sus inmundicias a otra parte (tampoco responderé a sus tonterías), pues yo "sé que me cortaron las alas, mas eso no me impedirá elevarme por encima del cielo".

Los predicadores de cualquier índole religiosa, son mis enemigos, y con esto no me refiero a las víctimas de la religión ni a los cristianos liberados, quienes creen en dios según su capricho; tampoco a los que no leen o interpretan las "sagradas" escrituras según su conveniencia. Tengo aún menos consideración por quienes asisten a "retiros espirituales" y "misas" con el único fin de "evangeligar". Estos no son mis enemigos, a lo mucho son comediantes de la "divinidad".

Recomiendo a mi reducido número de lectores un poco de paciencia, ya que encontrarán algunas publicaciones extensas. "¡No arrojes al héroe que hay en tu alma! ¡Conserva santa tu más alta esperanza!"

Por último, quiero proclamar, en nombre del conjunto gregario humano, lo siguiente:

"Creo en la redención de la humanidad: la detonación de la bomba del juicio final".

viernes, 28 de marzo de 2014

EL INTELECTUAL VISTO POR DENTRO


La mayoría de los Intelectuales fueron criaturas inteligentes durante su infancia; quizá sus progenitores lo son tanto, más o menos que ellos, pero en cualquier caso supieron abonar el campo cerebral de su retoño entregándole más oportunidades de conocimiento que abrazos y caricias. Los pequeños Intelectuales reparten una admiración proporcional entre sus padres y les premian aportando algo a cambio: las mejores calificaciones escolares, las más agudas reflexiones, y en algunos casos se transforman en compañero pensador de los adultos que le circundan. Los congéneres menudos, en cambio, suelen constituir una molesta y ruidosa servidumbre de paso de la que conviene mantenerse a una prudencial distancia. El niño Intelectual intenta, de este modo, mantener relaciones de igualdad con los más eruditos y con los que poseen más experiencia que él, para aprender de ellos y labrarse un campo propio de conocimientos, un almacén de ideas personal tan valioso que impele a protegerlo evitando la intromisión ajena. Su lema es «Deja mi espacio hasta que yo te invite, y yo dejaré el tuyo mientras no me invites». Los Intelectuales evolucionan considerando que es más interesante reflexionar que sentir, las emociones son llamativas en tanto puedan ser domesticables, de lo contrario, es mejor no dedicarles demasiada energía. Sentir es, muchas veces, sinónimo de sufrir, por eso, cuanto más sepa, cuanto más conozca, menos ocasiones tendrá el dolor de hacerse su dueño; los Intelectuales son defensores de la «máscara que oculta las profundas emociones», según declaraciones del escritor Yukio Mishima, quien en sus novelas (de gran componente autobiográfico) publicita cuánto conviene «mostrarse lo más enigmático posible, incluso ante [la propia] madre». La independencia, la autonomía, el control mental, el aumento de sabidurías que permitan desenmascarar lo desconocido, se convierten en su tesoro favorito; se tumba en la hierba «buscando algo absolutamente definitivo», no hay horizonte que no pueda ser descubierto, invadido, conocido, pasea por los jardines del mundo, exhaustivamente, para no perderse ninguna flor. Los Intelectuales se enamoran de las ideas más que de las personas porque el amor, ya se sabe, es una fuerza indómita e inabordable para un cerebro pensante: «Tu desfachatez conmigo me obliga a escribirte esta carta [insultante] [...]. Me has obsequiado con enigmas sin sentido», escribe de nuevo Mishima, esta vez dirigiéndose a la mujer que le amaba sin haberse molestado en consultarle sobre el asunto. Como Mishima, los Intelectuales tienden a «cerrar el corazón ante el sol naciente, por temor a que un rayo suelto pudiera penetrarlo». Las emociones y las pasiones son importantes en tanto en cuanto puedan ser objeto de estudio y de erudición; pero, desde luego, más vale zafarse de ellas si alcanzan una fuerza superior y te convulsionan el alma, colocándote a su merced, esclavizándote a su capricho. Sus familiares, las personas, el mundo, resultan fascinantes y necesarios siempre que puedan contemplarse, y sobre todo, escrutarse, desde una prudencial distancia, con estilo cognitivo. Para los Intelectuales, la vida se compartimenta en dos campos: el interior y el exterior, sujetos y objetos, lo desconocido y lo descubierto, lo peligroso y lo seguro, lo luminoso y lo oscuro. «La vasija, de madera de ciprés, [llena de agua], era una frontera donde terminaba este mundo y empezaba otro. [...] La vasija expresaba por fuera el yo exterior, y el agua expresa el yo más íntimo», vuelve a la carga Mishima, y continúa expresando que en aquella agua se había hundido su alma igual que si fuese un rayo de luna o una mariposa de oro atrapada en las redes del misterio.
En sus correrías por los vericuetos del saber, los Intelectuales pueden llegar a convertirse en los mejores especialistas sobre un tema determinado, ya sea académico o de corte artístico (antigüedades, sellos, libros, música). Es posible que no otorguen importancia alguna a los horarios para comer, a la adecuación en el vestir, pero tienden a poseer colecciones realmente impresionantes, ya sea de libros, discos, películas, manuscritos o cualquier otro objeto fruto de su interés y propulsor de su sapiencia. Los Intelectuales convierten a la ciencia su amante favorita, en cambio se muestran precavidos con los amantes de carne y hueso; apenas logran la pasión carnal sin aderezar el éxtasis con pensamiento, intentando desmigar la causa y razón de cada sacudida con el fin de, quizá, mejorar la cualidad en futuras ocasiones. En sus momentos cumbres, los Intelectuales son visionarios, intrépidos descubridores que aportan luz y progreso al mundo. Sabiendo que la cognición humana es limitada, temen por encima de cualquier cosa la pérdida de capacidad intelectual, la estrechez de sabiduría a la hora de comprender la vida con objetividad. A ello dedican su tiempo y energía; en cambio la ropa, el aseo y, en fin, las comodidades que facilitan la existencia, constituyen un pasatiempo superficial y, acaso, secundario. Para seducir a un Intelectual es conveniente aceptar que es y será el rey de la independencia, un llanero solitario en la aventura del saber. Como contrapartida aportará fidelidad férrea; para él o ella, las relaciones humanas son demasiado complicadas y, una vez se instala en una, maneja la convivencia con cortesía [...], siempre que el compañero sentimental tenga la decencia de respetar su espacio, no le sofoque con riadas sentimentales y, a ser posible, también asuma la responsabilidad de todos los pequeños y superficiales asuntos que procuran algo de confort a la vida de pareja.

RESUMEN DEL INTELECTUAL

¿Qué ofrece?

Conocimiento, sabiduría, independencia, seguridad.

¿A quién?

A cualquier persona con inquietudes de aprendizaje.

¿Cómo lo hace?

— Lanza señales equívocas, donde anuncia que el acercamiento será bienvenido..., siempre y cuando el otro tenga algo interesante que ofrecer: «Demuéstrame que vales la pena».
— Habilidad para retrasar la satisfacción propia y ajena.
— Demuestra su independencia y lo poco que necesita al otro; pero está dispuesto a compartir su tiempo y energía si el otro tiene algo que aportar.
— Extraordinariamente selectivo.
— Demostración de que su compañía, su sabiduría, es un premio selecto, inalcanzable para la mayoría de las personas.

Motivaciones: saber, aprender, conocer, pensar, investigar.

Expectativas de los seducidos: estimulación intelectual. Sentirse protegidos por alguien que sabe más, que conoce mejor y que, por tanto, es «más coherente y más fuerte» a la hora de afrontar la vida.


Claves para conquistar a un Intelectual: respetar su necesidad de espacio y soledad, porque si algo teme el Intelectual, es la sensación de dependencia y las intromisiones. Valorar su amor por el «vive y deja vivir». No abrumarle con exigencias emocionales, ser conciso en las peticiones, en la explicación de tus intereses. Facilitarle la posibilidad de expresar sus sentimientos en un momento concreto, en tiempo presente.

Alejandra Vallejo Nágera



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