
La mayoría de
los Intelectuales fueron criaturas inteligentes durante su infancia; quizá sus
progenitores lo son tanto, más o menos que ellos, pero en cualquier caso
supieron abonar el campo cerebral de su retoño entregándole más oportunidades
de conocimiento que abrazos y caricias. Los pequeños Intelectuales reparten una
admiración proporcional entre sus padres y les premian aportando algo a
cambio: las mejores calificaciones escolares, las más agudas reflexiones, y
en algunos casos se transforman en compañero pensador de los adultos que le
circundan. Los congéneres menudos, en cambio, suelen constituir una molesta y
ruidosa servidumbre de paso de la que conviene mantenerse a una prudencial
distancia. El niño Intelectual intenta, de este modo, mantener relaciones de
igualdad con los más eruditos y con los que poseen más experiencia que él, para
aprender de ellos y labrarse un campo propio de conocimientos, un almacén de
ideas personal tan valioso que impele a protegerlo evitando la intromisión
ajena. Su lema es «Deja mi espacio hasta que yo te invite, y yo dejaré el tuyo
mientras no me invites». Los Intelectuales evolucionan considerando que es más interesante
reflexionar que sentir, las emociones son llamativas en tanto puedan ser domesticables,
de lo contrario, es mejor no dedicarles demasiada energía. Sentir es, muchas veces,
sinónimo de sufrir, por eso, cuanto más sepa, cuanto más conozca, menos ocasiones
tendrá el dolor de hacerse su dueño; los Intelectuales son defensores de la
«máscara que oculta las profundas emociones», según declaraciones del escritor
Yukio Mishima, quien en sus novelas (de gran componente autobiográfico)
publicita cuánto conviene «mostrarse lo más enigmático posible, incluso ante
[la propia] madre».
La independencia, la autonomía, el control mental, el aumento de sabidurías que
permitan desenmascarar lo desconocido, se convierten en su tesoro favorito; se
tumba en la hierba «buscando algo absolutamente definitivo», no hay horizonte
que no pueda ser descubierto, invadido, conocido, pasea por los jardines del
mundo, exhaustivamente, para no perderse ninguna flor. Los Intelectuales se enamoran
de las ideas más que de las personas porque el amor, ya se sabe, es una fuerza
indómita e inabordable para un cerebro pensante: «Tu desfachatez conmigo me
obliga a escribirte esta carta [insultante] [...]. Me has obsequiado con
enigmas sin sentido», escribe de nuevo Mishima, esta vez dirigiéndose a la
mujer que le amaba sin haberse molestado en consultarle sobre el asunto. Como
Mishima, los Intelectuales tienden a «cerrar el corazón ante el sol naciente,
por temor a que un rayo suelto pudiera penetrarlo». Las emociones
y las pasiones son importantes en tanto en cuanto puedan ser objeto de estudio
y de erudición; pero, desde luego, más vale zafarse de ellas si alcanzan una
fuerza superior y te convulsionan el alma, colocándote a su merced,
esclavizándote a su capricho. Sus familiares, las personas, el mundo, resultan fascinantes
y necesarios siempre que puedan contemplarse, y sobre todo, escrutarse, desde
una prudencial distancia, con estilo cognitivo. Para los Intelectuales, la vida
se compartimenta en dos campos: el interior y el exterior, sujetos y objetos,
lo desconocido y lo descubierto, lo peligroso y lo seguro, lo luminoso y lo
oscuro. «La vasija, de madera de ciprés, [llena de agua], era una frontera
donde terminaba este mundo y empezaba otro. [...] La vasija expresaba por fuera
el yo exterior, y el agua expresa el yo más íntimo», vuelve a la carga Mishima,
y continúa expresando que en aquella agua se había hundido su alma igual que si
fuese un rayo de luna o una mariposa de oro atrapada en las redes del misterio.
En sus correrías
por los vericuetos del saber, los Intelectuales pueden llegar a convertirse en
los mejores especialistas sobre un tema determinado, ya sea académico o de corte
artístico (antigüedades, sellos, libros, música). Es posible que no otorguen importancia
alguna a los horarios para comer, a la adecuación en el vestir, pero tienden a poseer
colecciones realmente impresionantes, ya sea de libros, discos, películas, manuscritos
o cualquier otro objeto fruto de su interés y propulsor de su sapiencia. Los
Intelectuales convierten a la ciencia su amante favorita, en cambio se muestran
precavidos con los amantes de carne y hueso; apenas logran la pasión carnal sin
aderezar el éxtasis con pensamiento, intentando desmigar la causa y razón de
cada sacudida con el fin de, quizá, mejorar la cualidad en futuras ocasiones. En
sus momentos cumbres, los Intelectuales son visionarios, intrépidos descubridores
que aportan luz y progreso al mundo. Sabiendo que la cognición humana es
limitada, temen por encima de cualquier cosa la pérdida de capacidad
intelectual, la estrechez de sabiduría a la hora de comprender la vida con
objetividad. A ello dedican su tiempo y energía; en cambio la ropa, el aseo y,
en fin, las comodidades que facilitan la existencia, constituyen un pasatiempo superficial
y, acaso, secundario. Para seducir a un Intelectual es conveniente aceptar que
es y será el rey de la independencia, un llanero solitario en la aventura del
saber. Como contrapartida aportará fidelidad férrea; para él o ella, las
relaciones humanas son demasiado complicadas y, una vez se instala en una,
maneja la convivencia con cortesía [...], siempre que el compañero sentimental
tenga la decencia de respetar su espacio, no le sofoque con riadas sentimentales
y, a ser posible, también asuma la responsabilidad de todos los pequeños y
superficiales asuntos que procuran algo de confort a la vida de pareja.
RESUMEN DEL
INTELECTUAL
¿Qué ofrece?
Conocimiento,
sabiduría, independencia, seguridad.
¿A quién?
A cualquier
persona con inquietudes de aprendizaje.
¿Cómo lo hace?
— Lanza señales equívocas,
donde anuncia que el acercamiento será bienvenido..., siempre y cuando el otro tenga
algo interesante que ofrecer: «Demuéstrame que vales la pena».
— Habilidad para
retrasar la satisfacción propia y ajena.
— Demuestra su
independencia y lo poco que necesita al otro; pero está dispuesto a compartir
su tiempo y energía si el otro tiene algo que aportar.
—
Extraordinariamente selectivo.
— Demostración
de que su compañía, su sabiduría, es un premio selecto, inalcanzable para la
mayoría de las personas.
Motivaciones: saber, aprender,
conocer, pensar, investigar.
Expectativas de
los seducidos: estimulación
intelectual. Sentirse protegidos por alguien que sabe más, que conoce mejor y
que, por tanto, es «más coherente y más fuerte» a la hora de afrontar la vida.
Claves para
conquistar a un Intelectual: respetar su necesidad de espacio y
soledad, porque si algo teme el Intelectual, es la sensación de dependencia y
las intromisiones. Valorar su amor por el «vive y deja vivir». No abrumarle con
exigencias emocionales, ser conciso en las peticiones, en la explicación de tus
intereses. Facilitarle la posibilidad de expresar sus sentimientos en un
momento concreto, en tiempo presente.
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